Expresión del conflicto por el avance de la frontera productiva y política, el malón ha sido revisado en cuanto a sus interpretaciones por los historiadores. Durante mucho tiempo se lo observó casi exclusivamente como un acto de salvajismo del indio frente al avance de la “civilización”, pero en la realidad fue un fenómeno mucho más complejo.
En el primer censo de la historia nacional, de 1869, el país tenía 1,8 millón de habitantes, sólo 0,43 personas por kilómetro cuadrado. Ni hablar antes de eso, en los tiempos de transición entre la colonia y la vida independiente. Esa imagen generó la idea de un “desierto”, que se convirtió en la obsesión de los dirigentes argentinos de entonces.
En 1780 un gran malón azotó a Luján. Eran unos 1.500 hombres e hicieron estragos. La sublevación de Túpac Amaru en 1780 repercutió mucho entre los españoles, que implementaron diversas estrategias respecto de los indios: expediciones, fortines, evangelización y militarización. El virrey Vértiz llegó a negociar y los caciques fueron invitados a visitarlo en Buenos Aires.
“Ardían las poblaciones cual si hubiera caído sobre ellas el fuego de los cielos”, escribió sobre los malones el comandante Manuel Prado. En la literatura romántica de comienzos del siglo XIX está presente el tema del malón: La cautiva es un conocido poema de Esteban Echeverría en el que se relata la epopeya de María por rescatar con vida a su marido –un capitán del ejército de la independencia– capturado por un malón.
Hasta bien avanzada la década del 70 del siglo XIX los ataques de los indios fueron una permanente pesadilla para las autoridades y los productores rurales. En 1872 los indios llegaron hasta Cañada de Gómez, cerca de Rosario. En 1875 y 1876 una serie de ataques asolaron importantes distritos como Azul, Olavarría y Tres Arroyos.
Los indios tenían un vínculo regular con los centros de producción y consumo. Robaban en la frontera, negociaban en Carmen de Patagones o en Chile. La frontera no era una división, era una zona de convivencia. Los indios tomaban lo que les convenía de esa relación y rechazaban la incorporación a un orden social extraño y que les reservaba un lugar servil.
Los malones fueron también verdaderas acciones de guerra con metas políticas. Golpear en la frontera, enviar luego a un emisario, hacer las paces y canjear los cautivos eran etapas del proceso. Sucede que las visiones de los indígenas no están presentes en los documentos, y había ignorancia de las lenguas, incluso del araucano, la más generalizada.
El malón cumplía un efecto de disuasión, y era seguido del envío de emisarios para fijar condiciones. El robo de animales no era el fin último del malón, era fuente de financiamiento y elemento para negociar, lo mismo que los cautivos. Era una guerra continua para pelear por las tierras; como no podían hacer guerra regular, su táctica era el malón. Buscaban así defender soberanía, territorios y su comercio.
Casi todas las administraciones del siglo XIX se ocuparon del tema, de Rivadavia a Alsina pasando por Rosas. El epílogo llega con Avellaneda, quien define la cuestión de la frontera como “la primera para todos, el principio y el fin, suprimir los indios y la frontera significa poblar el desierto”. Durante su presidencia se hizo la campaña militar de Roca, que le dio a éste prestigio para llegar luego a la Presidencia.
Una de las primeras películas del cine argentino es sobre este tema. El último malón es un film de cine mudo, en el que el director Alcides Greca retrata uno de los últimos malones, que ocurrió el 21 de abril de 1904, en la localidad de San Javier –140 km al norte de la ciudad de Santa Fe– y con los indios mocovíes como protagonistas. Greca, oriundo de San Javier, filma 13 años más tarde una película de 35 mm que recrea los acontecimientos y recurre a los mismos protagonistas de los hechos reales. El cacique mocoví Mariano López, líder del levantamiento, participó en el malón de 1904 y en su recreación fílmica de 1917.
*Historiador.