COLUMNISTAS

Nuevo manual para fotógrafos oficiales

En 1533 faltaban tres décadas para el nacimiento de Galileo Galilei. Quiere decir que, en aquel entonces, el Sol giraba alrededor de la Tierra, ya que semejante burrada constituía una verdad oficial que animaba el rabioso egocentrismo de los monarcas medievales.

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“Aquellos que sólo se basan
en argumentos de autoridad
para mantener sus
afirmaciones, sin buscar
razones que las apoyen,
actúan en forma absurda.
Desearía poder cuestionar
libremente y responder
libremente sin adulaciones.
Así se comporta aquel
que persigue la verdad.”
Vincenzo Galilei
(padre de Galileo)

En 1533 faltaban tres décadas para el nacimiento de Galileo Galilei.
Quiere decir que, en aquel entonces, el Sol giraba alrededor de la Tierra, ya que semejante burrada constituía una verdad oficial que animaba el rabioso egocentrismo de los monarcas medievales.
A nadie le importaba demasiado que el polaco Nicolás Copérnico, negando al egipcio Ptolomeo, empezara a plantearse que nuestro sistema planetario siempre funcionó exactamente al revés.
En 1533 no existía la fotografía, cosa que, más allá de la obvia imposibilidad tecnológica, hubiera sido inadecuada a los tiempos, dada la arbitraria y maniquea relación que mantenían los poderosos con la principal fuente de luz.
Sí existían, desde luego, los berretines inmortalizantes de los reyes, los duques, los archiduques o los papas, grandes adoradores (y custodios) de lo que hoy se llama “imagen pública” o simplemente “imagen”.
A falta de fotógrafos, en 1533 estaban de moda los pintores oficiales.
Fue en ese mismo año que a Tiziano Vecellio (o Tiziano, a secas, porque los grandes siempre perdieron el apellido por el camino) lo nombraron Pintor Oficial de la Serenísima República de Venecia.
Con un talento comparable al de Leonardo (Da Vinci), Miguel Angel (Buonarroti) o Rafael (Santi), Tiziano (Vecellio) fue un eximio retratista y, como tal, el virtual “inventor” de un novedoso esquema en su especialidad: en sus retratos, el protagonista aparecía de medio cuerpo, con las manos visibles y los rasgos reales, pero idealizados.
Digamos que el “foco” al estilo Tiziano vendría a ser comparable con el que, en la fotografía moderna, se denomina “plano americano”.
Digamos que el logro de “rostros reales pero idealizados” hallaría actuales equivalencias en el benévolo uso del Photoshop.
Y digamos que si el viejo Tiziano viviera y usara una Nikon en vez de pinceles, sería un candidato cantado a fotógrafo oficial de Cristina (Fernández de Kirchner) apenas ella ocupe el sillón de Rivadavia.
Ordenes de arriba. En medio de la reciente campaña electoral, los fotógrafos de Presidencia de la Nación y de la agencia oficial Télam recibieron “órdenes de arriba” muy precisas sobre cómo retratar a la aún Primera Dama. O, mejor dicho, sobre cómo no retratarla.
La minuta tiene sólo un par de ingredientes: 
“Nada de fotos de cuerpo entero, sólo si lleva pantalones.” (ver pág.6) 
“Nada de primerísimos planos; y mucho menos de perfil, de abajo hacia arriba.”
Según seis relatos coincidentes recogidos de primera mano por PERFIL en varias de esas coberturas donde cronistas y fotógrafos de todos los medios comparten interminables guardias, el origen de tan curiosa directiva habría sido la publicación de una foto en este mismo diario.
Domingo 23 de septiembre. Página 3, en una nota dedicada a la reinauguración de la Basílica de Luján. Cristina (Fernández de Kirchner) y Karina (Rabolini) aparecen sentadas, de faldas y en beatas posturas, junto a sus respectivos maridos. Al parecer, cierta odiosa comparación hace pensar a alguien en la Casa Rosada que esa clase de fotografías no es del agrado de la Señora. (El autor de esta columna se resiste a creer que ella misma haya dado la orden. A lo Mirtha. A lo Susana).
Se sabe que a la presidenta electa le preocupa “una parte de la volumetría del cuerpo” y que se haría cirugías estéticas sólo cuando se le “caiga la cara”. Lo confesó en Radio 10. Hasta hoy no había pruebas de que sus colaboradores deben dedicarse con tanta anticipación a esas preocupaciones ultrafemeninas.
En 1533 ya existían los aduladores. No se les decía chupamedias.
¡Eppur si muove! Si se tratara sólo de un episodio originado en la coquetería cristinista, esta nota carecería de sentido.
Dado el caso, sólo haría falta irse acostumbrando a que, con una mujer en la Presidencia, determinadas cosas deberían modificarse.
Bastaría recordar, de puro galantes, con qué delicadeza el viejo Tiziano (Vecellio) pintó a su caderona y macetuda Venus de Urbino.
O citar a Stewart Copeland, el baterista de The Police, quien acaba de declarar ante una periodista chilena: “Debo decir que la presidenta argentina va a estar más buena que la tuya”.
El problema es que hablamos de la misma Cristina (Fernández de Kirchner) que pretende mudar la Sala de Periodistas de la Casa Rosada a un lugar “menos indiscreto”, porque allí donde está, cualquiera puede interceptar a cualquier funcionario público en cualquier momento del día.
La misma que se levanta de buen humor hasta que lee los diarios, porque, según ella (como antes para Raúl Alfonsín o Carlos Menem o Fernando de la Rúa), más que informar hacen oposición.
La misma que afirma que el INDEC produce datos confiables.
La intelectual capacitada para entender que la Tierra yira... yira. Y que el tiempo, como todo, pasa.