Las palabras de la presidenta Cristina Kirchner, comparando la política económica que impulsa el presidente Barak Obama, en especial la vinculada con el sindicalismo, con la doctrina peronista, marca que los argentinos estamos en problemas.
Y estamos en problemas, porque si la Presidenta considera que el mercado de trabajo norteamericano se parece, en algo, al argentino, para bien o para mal, y que es lo mismo poner preso al dirigente de los camioneros –como hicieron los demócratas con Jimmy Hoffa– que llevarlo, con frack incluido a Madrid, su desapego con la realidad resulta preocupante.
Y si, por el contrario, la Presidenta no cree en nada de lo que dijo, pero considera que nosotros sí lo vamos a creer, es decir, nos toma por tontos, también estamos en problemas, porque no es esa la mejor relación entre gobernante y gobernados.
Permítanme, entonces, para escapar un poco de la angustia que implica, al menos para mí, ahondar en cualquiera de las variantes anteriores, explorar una tercera alternativa: suponer que los Kirchner nos están preparando para un acercamiento más claro hacia la comunidad financiera internacional, en especial el Fondo Monetario Internacinal.
En efecto, no es lo mismo intentar una relación más estrecha con el Fondo del reaccionario George W. Bush, que hacerlo con el Fondo del peronista Obama.
No es lo mismo pedirle prestado al “enemigo”, que acceder a dinero que aporta un organismo liderado por países que, después de todo, “hacen lo mismo que nosotros”, estatizan, intervienen, usan fondos públicos para incentivar el consumo, etc, etcétera.
No voy a considerar si efectivamente estamos ante estas supuestas similitudes de políticas entre el mundo y nosotros, ya bastante se ha dicho al respecto.
Ni tampoco evaluar, por ahora, cuales serían, eventualmente, las condiciones mínimas que le pedirían los técnicos del FMI a la Argentina para acceder al tramo, casi automático, que le corresponde por su cuota de miembro del Club.
Necesidad. Veamos, en cambio, si la Argentina 2009 necesita del Fondo.
La economía argentina obtendrá menos dólares comerciales del mundo este año, por menores precios de lo que vendemos y por menores cantidades.
En el caso agropecuario, por razones climáticas, y la desastrosa política intervencionista oficial, en el caso industrial por la caída de la demanda y el aumento de la competencia de otros exportadores, por la recesión mundial.
Pero la economía argentina necesita dólares, para financiar nuestras importaciones, para pagar deuda pública, para atender la demanda de dólares de los particulares.
Las opciones. ¿Cómo se generan, entonces, esos dólares?
Tratando de importar menos, devaluación y recesión mediante.
Atrayendo fondos de los argentinos o del resto del mundo en forma de inversiones o ingreso de capitales.
Consiguiendo crédito.
O desahorrando las reservas del Banco Central.
Ingreso de capitales –salvo algo que aporte el “blanqueo”– surge como una variante difícil, dado el clima de desconfianza y la ausencia de negocios genuinamente rentables.
Crédito externo voluntario del mercado de capitales internacional a tasas razonables no hay.
Por lo tanto, quedan disponibles sólo tres caminos.
Devaluar más rápido, para limitar más las importaciones, a costa de un menor poder de compra de los salarios –y eso tiene un límite en un año electoral–.
Banco. Usar las reservas del Banco Central. O conseguir crédito de Organismos Internacionales, incluyendo el Fondo Monetario.
La pregunta clave, entonces, es ¿Cuántas reservas del Banco Central hacen falta usar y cuántas está dispuesto a usar el Gobierno?
La primera parte de la pregunta, depende de muchas variables que son hoy una incógnita, pero, al menos, harán falta unos US$ 6 mil millones, en un escenario optimista.
Pero, ¿cuántas está dispuesto a perder Kirchner tratando de salvar las elecciones legislativas de este año?
No lo sabemos. Por otra parte, si la pérdida de reservas se empieza a explicitar.
¿No pondrá eso nervioso a los ahorristas en pesos, que pueden temer “que no alcance para todos” e incrementar aún más la demanda de dólares?
Como se puede apreciar, los caminos de política económica, sin la abundancia de dólares de los últimos años se empiezan a estrechar.
O se devalúa más rápido, pagando los costos del “ajuste” ahora.
O se demora el alza del tipo de cambio, perdiendo reservas y, eventualmente, desdoblando el mercado cambiario, para no afectar, en teoría, tanto al salario real.
Otra opción es que consiga ayuda externa para pasar las elecciones y se postergue el ajuste para después.
Parece entonces que, como a Borges con Buenos Aires, a Kirchner, Perón y Obama, no los une el amor, sino el espanto.