“Cada vez más cerca” (de Dilma), tituló Veja la nota sobre Valter Cardeal, quien tenía a cargo Electrobras, la compañía de energía de Brasil que exigía retornos a los proveedores del Estado para financiar la campaña del PT, y que la semana pasada fue condenada por ahogar a la empresa del argentino Enrique Pescarmona.
Ante la Justicia, el dueño de la constructora brasileña UTC, ingeniero Ricardo Pessoa, contó que le decían: “Usted realiza obras para el gobierno, ¿quiere seguir teniéndolas?”. Pessoa también acusó a Cardeal de exigir retornos en la reparación de Angra 3, la mayor central de energía atómica de Brasil.
Valter Cardeal es hombre de confianza de Dilma desde hace décadas (incluso se los vinculó sentimentalmente): en 1990, cuando Dilma fue secretaria de Energía de Rio Grande do Sul, nombró a Cardeal al frente de la empresa de energía regional; y cuando fue ministra de Lula, llevó a Cardeal como administrador de Electronorte, teniendo desde esa época procesos judiciales pendientes por gestión fraudulenta.
Valter Cardeal fue quien hizo colapsar la empresa de Pescarmona en Brasil posponiendo pagos, luego negándose a pagar cuando la deuda acumuló 250 millones de dólares por la energía eólica que producía su empresa, para finalmente rescindir unilateralmente el contrato.
Pescarmona se atrevió a competir con precio y calidad en un rubro en el que las principales empresas estaban cartelizadas, y traspasó un límite en 2010, cuando ganó la licitación para proveer una parte de las turbinas de la represa de Belo Monte en Pará (la mayor después de Itaipú), obligando a todas las demás empresas a bajar combinadamente 900 millones de dólares, cantidad que se ahorró el Estado brasileño pero dejó de ir a los bolsillos de los políticos que se repartían esos sobreprecios. A partir de Belo Monte, la empresa de electricidad eólica de Pescarmona dejó de cobrar y fue ahogada hasta que fue sacada del juego.
Paradójicamente, Pescarmona fundó su empresa en Brasil tratando de sobrevivir al capitalismo de amigos que rigió en la Argentina desde 2003, donde a pesar de ser su empresa la mayor fabricante de turbinas hidráulicas de la Argentina y con una trayectoria de más de cien años, no pudo participar ni en una sola de todas las represas que se construyeron durante los 12 años de kirchnerismo. Obras que terminaron localmente en manos de algunos empresarios que nunca habían construido una represa ni una turbina.
Pescarmona, tras perder en Brasil 300 millones de dólares propios, la mayor inversión privada argentina en el exterior y luego sólo superada por la compra de Usiminas por Techint, se ilusiona con este fallo de la Justicia Federal de Brasil que en primera instancia condenó a Electrobras por discriminar a su empresa.
Ese triunfo judicial, sumado a la insistencia de PERFIL para que concediera un reportaje explicando sus dificultades con la cartelización de los proveedores de obra pública y el capitalismo de amigos, tanto del lado brasileño como del argentino, hizo que se decidiera a hablar después de décadas de no acceder a una entrevista extensa. El reportaje es una de las poquísimas ocasiones en las que un empresario de los más importantes y tradicionales del país responde sobre la trama que se construye detrás de la realización de obra pública.
En Brasil la Justicia encarceló a los principales ejecutivos y dueños de las empresas proveedoras de obra pública y a sus contrapartes en los retornos como funcionarios del gobierno. En la Argentina esta etapa ni siquiera comenzó y resultará fundamental recorrer ese mismo camino junto con el nuevo período presidencial para que nuestro país deje atrás décadas de corrupción con distintas formas de “capitalismo de amigos”, “patria contratista” y “socios locales” de empresas extranjeras de obra o servicios públicos privatizados.
En un momento del reportaje, realizado simbólicamente en su casa de siempre de Mendoza, se le pregunta a Pescarmona a qué atribuía que durante el kirchnerismo cada vez que su empresa ganaba la licitación a una represa presentando la mejor oferta (lo que sucedió en dos oportunidades con la represa Néstor Kirchner-Cepernic) luego el Gobierno anulaba la licitación y volvía a concursarla, concediéndosela a empresarios con los que tenía buena relación. A lo que Pescarmona responde: “Habrá que preguntarle a De Vido”.
Entre los periodistas se comenta la versión sobre que a comienzos del kirchnerismo el ministro De Vido le habría dicho a Pescarmona: “Vos necesitás un socio”.
Consuela a Pescarmona de la fortuna que perdió en Brasil ver que si hubiera aceptado pagar retornos a Electrobras, hoy estaría procesado y probablemente preso en Brasil por la serie de investigaciones sobre corrupción con obra pública que sacuden a nuestro vecino.
El ejemplo de la empresa de Pescarmona en la Argentina es emblemático y debería ser un caso testigo donde sobra evidencia de su discriminación en la contratación de obra pública y de la existencia de una cadena de preferencias por otros proveedores, varios de ellos sin experiencia previa para ese tipo de obras, lo que permite presuponer que detrás de esta forma de capitalismo de amigos se encubre la corrupción en alta escala.