COLUMNISTAS

Odontología y utopía

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Estuve en lo de mi dentista el otro día y la pasé mal, muy mal. Pero tengo un consuelo: él la pasó mucho peor, tratando de evitar que me doliera porque yo soy de las que protestan y amenazan con los fuegos del infierno o, mucho más modestamente, con levantarme del sillón maldito y mandarme a mudar. Todo terminó felizmente y yo y mi dentadura agradecidas. Pero entonces tuvimos un rato de charla (siempre sucede) que, por supuesto, roza la filosofía, y yo terminé por preguntar: “Y dígame, ¿cómo se las arreglaban, no digo en la edad media, en el siglo dieciocho, cómo se las arreglaban cuando a alguien le pasaba esto en una muela, ¿eh?”. No es que lo que me pasaba a mí fuera muy grave, al contrario, era una pavada, pero ¿qué le pasaba al pobre tipo hace tres siglos? No le digo lo que me contó mi dentista porque capaz que usted se impresiona y se me desmaya en el living o peor, en el balcón, pero la cosa era fulera. De ahí pasamos, por supuesto, a cómo cambian los tiempos. Y de ahí derechito a las concepciones de lo futuro que se han ido sucediendo en el pasado y en el presente también. Como dice el señor Umberto Eco, a quien admiro profundamente cuando escribe ensayos y a quien abomino no menos profundamente cuando escribe novelas: “Cuando escribimos sobre el futuro estamos escribiendo sobre el pasado”. Genial, don Umberto, genial. Nadie podría haberlo expresado mejor. Y la prueba está en que la mayoría de las obras que trataron de pintar el futuro se apoyaron en lo que ya existía y es más, en lo que estaba existiendo desde hacía mucho, muchísimo tiempo. Porque la mayoría de las utopías e incluso distopías a futuro hablaban sobre todo del transporte. Coches que andaban sin necesidad de que tiraran de ellos los caballos, artilugios que volaban, globos que se elevaban y hasta viajes a la luna o a los planetas en alas de pájaros o de mariposas o gracias a gigantescos resortes, llaves, palancas y lo que venga en materia de protomotores. Qué cosa, a nadie se le ocurrió este asunto que ahora nos tiene tan preocupados. Me refiero a las comunicaciones. Cuando de eso se trataba, sonamos, entrábamos al imperio de la transmisión de pensamiento, la telepatía y otras aberraciones. Pero no hubo visiones que adelantaran este asunto de Internet. No, no las hubo porque las comunicaciones no estaban en el candelero, porque no había habido grandes descubrimientos ni ingeniosos aparatos que llevaran los pensamientos de aquí para allá en forma instantánea. Es más, ni siquiera pensó nadie en una máquina que escribiera con o sin ayuda humana. Es una lástima. Habría que ver con qué nos hubieran maravillado en caso de haber siquiera rozado la posibilidad de una escritura que pasara por una máquina. Y en cuanto a las visiones de mi dentista, que terminé por compartir alegremente por siniestras que fueran, que lo fueron, todas las visiones del futuro partían indefectiblemente del pasado o mejor, del presente en el cual nacían. De esa parte de las elucubraciones de mi dentista y su paciente (yo) se desprendía además una rama muy interesante y no menos siniestra, que es la de los monstruos con el doctor Frankenstein y su criatura a la cabeza de toda información al respecto. Pero también, y soy consciente de que ando mezclando las fechas y las tendencias, pero tenga usted en cuenta que esto es un artículo que pretende ser entretenido y no erudito, así que resígnese y no empiece a buscarle cinco patas al gato porque corre el riesgo de encontrárselas. Una reflexión final: creo que merece la consideración de tratar de averiguar sobre qué pasado, y tal vez también presente, se van a apoyar las utopías que aparezcan en estos años en los que la crueldad ya está lejos de los consultorios de los dentistas, por mucho que les sigamos teniendo un miedo atroz. Claro que en primer lugar nadie sabe si va a haber utopías o distopías o ucronías o cosas parecidas. Fíjese que se viene dando un debate sobre la muerte de las utopías, pero también fíjese que el significado que se le da a la palabra viene encogiéndose desde hace rato. Supongamos que sí, que estamos del lado de los que dicen que no se puede vivir sin utopías y supongamos que se van a presentar en papel o en Web visiones de un futuro más o menos lejano. No quiero ni pensarlo, pero si usted me lo pide, creo que me voy a inclinar por lo muy vasto y lo muy pequeño. Caramba, ¿pero es que no estamos ya en eso? En vez de desmayarse en el balcón por favor mire para arriba esta noche, después para abajo, y después cuénteme.