En sus cursos en la GWU, Manuel Mora y Araujo define a la opinión pública como el conjunto de conversaciones que mantienen las personas en un país, en un momento determinado. La opinión pública no se puede controlar, ni manipular, ni destruir; pertenece a millones de personas dispersas que se conectan a través de una infinidad de medios. Cada día la opinión pública es más autónoma, destruye mitos y no depende de líderes, medios de comunicación formales, ni instituciones.
Nada la controla. Cambia permanentemente gracias a un intercambio vertiginoso de mensajes, fotos, frases y mensajes que circulan a través de radios, periódicos, televisión, teléfonos, internet y la comunicación directa entre las personas. Es un torbellino de información que incluye vida cotidiana, sexo, mascotas, noticias del cosmos, ovnis, chismes de la farándula, música, youtubers. Ocupa también un pequeño espacio la política.
La gente habla y manda fotos sin tabúes. Hay hackers que entran en el archivo del Pentágono desde lugares remotos, adolescentes que ingresan en cuentas de los magnates, un coreano que baila el Gangnam style y gente que busca sexo casual. La mayoría de los elementos que conmocionan a muchos desaparecen pronto. Es el signo de los tiempos: intensidad y fugacidad no se contraponen. Lo intenso no es duradero, lo único permanente es la fugacidad. Mucha gente está obsesionada por las fotos. Desde los desnudos propios para exhibirse, hasta la participación en eventos simplemente para subir una foto a la red. Se busca la imagen estrafalaria por sí misma, sin que importe el sitio en el que se la obtiene, como un cantante famoso que se la sacó en un templo en el que se venera a criminales de guerra japoneses.
Zeynep Tufekci, investigadora de la universidad de Carolina del Norte, dice que estamos dispuestos a correr cualquier riesgo con tal de conseguir una foto que consiga likes en la red. Algunas personas mueren haciendo cosas peligrosas o graban su propia muerte para lograrla. Su estudio acerca de las movilizaciones de Gezi Park en Turquía en 2013 ayuda a entender mejor las manifestaciones del mismo año en Brasil o a los indignados españoles. Algunos de ellos simplemente querían estar en un lugar interesante para tomarse una foto para subirla a su Facebook.
El mundo se aceleró. Las nociones sobre lo bueno, lo malo, la religión, la economía, el matrimonio, el sexo, la familia y las drogas cambian todo el tiempo. Es esa interacción frecuente e intensa hace que la gente adopte nuevas actitudes. Con los medios electrónicos, vivimos en una urna de cristal en la que todo gesto de las personas públicas ingresa al océano de la opinión pública y comunica algo. Hemos visto desmoronarse a un candidato porque su hijo cazador subió a su página de Facebook fotos con sus trofeos. La Corona tambaleó cuando circuló una foto del Rey de España con un elefante muerto. Hasta hace pocos años, los soberanos practicaban la caza mayor como parte de su oficio, hoy deben participar de actividades a favor de la protección de la vida salvaje.
La opinión pública se conmueve con pequeños gestos que tienen que ver con la personalidad y la vida cotidiana de los seres humanos. Hacemos política en esta realidad en la que los discursos y las proclamas no tienen espacio. Nadie los oye ni los lee, nadie conversa sobre ellos, no influyen en las elecciones y tampoco en la gobernabilidad. Si algunos políticos y periodistas que hablan en nombre de “la gente” estudiaran la opinión pública, se llevarían una sorpresa: normalmente sus temas no interesan a casi nadie. Se equivocan cuando dicen que el pueblo quiere lo que a ellos se les ocurre. Ésta es la realidad en la que vivimos, totalmente distinta de la que existía hasta el siglo pasado, o sea hasta hace pocos años. Es inútil tratar de actuar en un mundo que deseamos pero no existe. Tenemos que entender la realidad como es, aunque a veces sea incómoda para quienes nacimos en la galaxia Gutenberg.
*Profesor de la GWU,
miembro del Club Político Argentino.