Han pasado nueve años desde que lo que el Gobierno gusta llamar “modelo” se desvió del inicial. Nueve años desde que se dio por terminada una etapa. De aquel programa económico-social, con sus correlatos internacionales, Duhalde-Lavagna-Kirchner (D-L-K) no queda hoy nada bajo el modelo Kirchner-Kirchner (K-K).
Esta no es sólo una opinión personal. Hoy es la interpretación predominante desde fuentes diferentes en lo profesional y de distinta extracción política. (...)
No quedó nada. ¿Es esto bueno o no lo es? Creo sinceramente que no lo es.
El primer Premio Nobel de Economía, Jan Timbergen (1969), decía que “la calidad de un programa económico, su éxito o su fracaso, debe medirse por los márgenes de maniobra que le deja a quien lo sucede”. Según esa regla, lo que recibimos en abril de 2002 tenía, tanto en lo económico (depresión económica con inflación alta) como en lo político (ultimátum al presidente) y lo social (hiperpobreza y desempleo), cero margen de maniobra. Lo que traspasamos en diciembre de 2005 tenía los máximos márgenes de maniobra que se hubieran dado en nuestro país, por lo menos, desde la Segunda Guerra Mundial: superávit fiscal récord, superávit en cuenta corriente del balance de pagos de unos 12 mil millones de dólares, exportaciones e importaciones en los máximos niveles históricos, fuerte creación de empleo y el PBI creciendo desde que comenzó la recuperación, en la segunda mitad de 2002, a una tasa acumulativa de casi 9% (8,9%) por año. (...)
Estábamos a años luz de la crisis inicial. Una crisis sobre la que Jorge Oviedo, en una columna en La Nación, analizando la situación y otras crisis del pasado, dijo: “Lo interesante es que la crisis de 2001 es un monstruo único en la historia nacional. Una clase de catástrofe que sólo se dio una vez”.
Unicamente con esos datos estaba todo dicho: la oportunidad se encontraba al alcance de los argentinos, y no debíamos dejarla pasar, tal como le había escrito al presidente en diciembre de 2005, al momento del cambio de equipo económico.
A estos datos se agregó además, a partir de 2007, un excepcional incremento –que ya hubiéramos deseado tener y no tuvimos en lo peor de la crisis– en los precios de la soja y otros granos, con el efecto de subir el PBI, reforzar los ingresos fiscales y la disposición de divisas. De los entre 214 y 220 dólares la tonelada de fines de 2005 y los 245 dólares aún en enero de 2007, la soja subió ese año hasta alcanzar valores de 600 dólares, con promedios cercanos a los de 480-500 dólares la tonelada. Por supuesto, ello generó una respuesta positiva de los productores, que agregaron 30 millones de toneladas de granos. No sólo los precios y cantidades de la soja llegaron a valores impensados, sino que, además, arrastraron hacia arriba subproductos y otros granos. Ni qué hablar de los nuevos recursos energéticos en Neuquén.
Esta coincidencia de sólidos datos macroeconómicos internos construidos y legados por la etapa D-L-K (2002-2005) y la posterior (2007 en adelante) mejora en los términos de intercambio del país por la modificación geopolítica ligada a la presencia de China, más el cambio tecnológico en los Estados Unidos, lo que habilitó la disponibilidad de importantes recursos energéticos (2010 en adelante), crearon posibilidades nuevas.
En todo caso, estos tres eran elementos centrales que se agregaban a los más tradicionales, constitutivos de nuestro país y de nuestra sociedad, como son los recursos naturales (tierra, clima, agua, pesca, minería), la capacidad científico-tecnológica, la adaptabilidad y flexibilidad de la población, una sociedad sin grandes conflictos raciales o religiosos y escasa población. La oportunidad era excepcional, como el país no había tenido una desde la crisis de 1930.
El futuro estaba allí. La tentación mágica también. El Gobierno no supo o no quiso, a pesar de tener todo el poder. La sociedad no llegó a percibirlo. Lo cierto es que se entró en el camino fácil.
El superávit fiscal récord desapareció por decisiones como, por ejemplo, subir los subsidios a la energía y al transporte de 3.500 millones de pesos en 2005 a 170 mil en 2014, es decir, multiplicándolos por más de treinta veces. O acordando jubilaciones sin aportes, de las cuales 800 mil fueron a manos de sectores de ingresos medios altos, en un país con no menos del 25% de pobreza. La situación fiscal y de endeudamiento de las provincias vuelve a ser un problema central.
El superávit de la caja en dólares, la cuenta corriente del balance de pagos, se consumió por importaciones crecientes de energía: 12 mil millones de dólares.
Las reservas deberían haber crecido hasta ubicarse en niveles por encima de los 120 mil millones y, sin embargo, las reservas propias sin créditos ni encajes no llegan a 20 mil millones. Esto cuando en el Brasil (donde alcanzaron a 330 mil millones de dólares) y en otros países de América Latina aumentaron en forma sostenida. Ese es el resultado de siete años consecutivos de fuga de capitales, por desconfianza, por una suma total de más de 90 mil millones de dólares.
El tipo de cambio fue “comido” por una inflación de entre 20% y 25% anual, y de un valor real de US$ 1 = $ 1,90 en 2005 se ubicó, hasta fines de 2014, en torno a US$ 1 = $ 1, con la pérdida de competitividad que ello significó.
El crecimiento se ha tornado volátil y cercano al 4% por año entre 2007 y 2011, y al 0,4% entre 2012 y 2014, y un crecimiento similar o incluso menor se prevé para 2015, saliendo de la senda que no sólo era estable a niveles del 9% por año, sino que había convocado tasas de inversión elevadas y, por ende, de creación de empleo digno.
El sector público se ha convertido en los últimos dos o tres años en el gran generador de empleo, reemplazando al sector privado.
La inversión no ha llegado nunca, desde 2006, a superar el 20% de crecimiento anual, tasa necesaria para crecer más
de 5% al año.
La pobreza ha dejado de bajar, y es, en niveles absolutos, similar a la de 2007 (9 millones de argentinos), y la indigencia, que mejoró algo a partir de la asignación universal por hijo, corre detrás de la inflación.
Todos estos datos económicos y sociales están inmersos, a su vez, en una situación institucional de debilitamiento del diálogo, sin consensos, sin rendición de cuentas y con un papel internacional más cercano al modelo Chávez que al del Brasil o Chile, por dar algunos ejemplos. (…)
*Ex ministro de Economía/ Fragmento de su nuevo libro Construyendo la oportunidad (Sudamericana).