COLUMNISTAS
hoy mandan los pases de facturas

Oposición kirchnerizada

El Redradogate no fue una “126” y el Acuerdo Cívico y Social parece redactar su acta de defunción. El Gobierno profundiza su sangría de leales.

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Muchos analistas se equivocaron al creer que el culebrón coprotagonizado por la presidenta Cristina y el Golden Boy Redrado era una versión 2010 de la Resolución 125. Incluso habían bautizado tantos despropósitos oficiales como “la 126”. En realidad, ahora que bajó el polvo y se pueden ver los daños con más claridad aparece la primera gran diferencia: el estallido de la crisis impactó tanto en el Gobierno como en la oposición. La irracionalidad de aquella pelea contra el campo desangró sólo al matrimonio K. En esta ocasión, también hicieron papelones históricos y retrocedieron varios casilleros por impericia e irresponsabilidad.
Pero en su rodada y su fragmentación también arrastraron al Acuerdo Cívico y Social, que redacta su certificado de defunción. No hay un solo dirigente opositor que crea que a partir de ahora Elisa Carrió y Julio Cobos puedan mantener una mínima base de convivencia. La líder de la CC, acompañada por Felipe Solá y el macrismo, reclamó que se investigue a todo el directorio del Banco Central. Ni el radicalismo ni el socialismo aceptaron sentarse en esa mesa. Es que ella castigó muy duramente tanto a Cobos (“Vieron que yo tenía razón..., el voto desnudó a Cobos, que siempre fue parte del Gobierno y representa lo peor de la UCR”) como a Hermes Binner. Eso obligó a que dos dirigentes moderados y cuidadosos en las formas hayan tenido que salir a cruzarla. Raúl Baglini, en nombre de Julio Cobos, se preguntó si Carrió tenía “mala información o mala fe” y Rubén Giustiniani, como presidente del PS, dijo que no necesitan que se les “marque la agenda desde afuera” y que “si algún dirigente metió la pata con lo que dijo debe hacerse cargo”.

El radicalismo tiene que despejar dos grandes incógnitas lo antes posible. Para eso se van a reunir la semana que viene en San Nicolás: cuándo y con qué argumentos van a romper con Carrió para reformular sus alianzas y cómo pueden hacer para disciplinar a Cobos y no tener que descartarlo como candidato a presidente, colocando en su lugar a Ernesto Sanz.
Como ejemplo de la imposibilidad de lograr acuerdos con Lilita un alto dirigente radical recordó que en su momento ella anticipó que no votaría por Cobos ni aunque ganase una elección interna y que los celos y la competencia casi infantil la llevan a pegarle más allá de cual sea su comportamiento. Ahora lo crucificó porque votó en línea con el oficialismo por la destitución de Redrado, y cuando el vice hizo acciones de mayor autonomía, lo acusó de tener intenciones golpistas asociado a Eduardo Duhalde.
Estas alegrías permitieron al Gobierno respirar un poco después de un mes de comportamiento errático y autodestructivo. No acertaron ni siquiera en el tono y el estilo de comunicación de Cristina. Fingir simpatía de la mano de chanchitos erotizantes o cascos de Penélope Glamour sólo produce mayor contraste (y visibilidad) cuando reta a periodistas, jueces, vicepresidentes y hace sonar el clarín con denuncias de complots antidemocráticos y lavadores de dinero.

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La relación de Néstor con el dinero habla mucho de su estilo político. La forma en que se ganan o gastan los ingresos habla de los comportamientos y las convicciones más profundas. Varios de los antiguos compañeros de Río Gallegos que hoy huyeron del lado de Néstor Kirchner dicen que su comportamiento huraño, implacable, codicioso y carente de culpa, desconfiado, maltratador, que carece de amigos y sólo tiene intereses, tiene que ver con la lógica del usurero, que según la Real Academia es quien presta con interés excesivo o lucro desmedido. Cristina se autojustificó diciendo que Kirchner tiene “el drama de vivir en blanco”, cuando en realidad tiene la obligación de hacerlo. El diputado Juan Carlos Morán, que los acusó ante la Justicia cuando aparecieron los dos millones de dólares comprados en el 2008, fue feroz: “Más que pingüinos son buitres que van a ir presos”.

En la batalla del mes de enero, los Kirchner perdieron a Osvaldo Guglielmino (procurador del Tesoro) y a Mario Blejer (presidente del Banco Central nonato); mediante espasmódicos volantazos dejaron colgado del pincel y humillaron a Miguel Pesce, y, finalmente, coronaron a la honesta, capaz y verticalista extrema Mercedes Marcó del Pont. A la hora de fabricar enemigos, el caso de Alberto Fernández merece un párrafo aparte.
Néstor Kirchner le dice a todo el mundo que Alberto siempre fue más empleado de Clarín que kirchnerista. No se lo puede ni nombrar delante de Cristina. Hugo Moyano salió a decir que, si fuera por Alberto, Domingo Cavallo sería ministro, sin recordar que Néstor fue el gobernador preferido de Cavallo. O que la mano derecha de Cavallo, Juan Carlos Pezoa, hoy juega idéntico rol como secretario de Hacienda en la tarea de disciplinar gobernadores con la chequera K. El cruce con Aníbal Fernández fue más profundo. Uno acusó al otro de comprar tierras fiscales a precio vil en El Calafate a través de su socia y el otro le contestó que se trataba de un delirio. Nadie cree que Aníbal haya embestido contra Alberto sin la orden de Néstor Kirchner.

A medida que el Gobierno se va aislando y encerrando en su caparazón de leales multiplica sus gestos de sospechas conspirativas. La estrella de Amado Boudou se apagó con el ingreso de Marcó del Pont y Carlos Zannini está en la mira de todo el gabinete menos del matrimonio gobernante: sería como sospechar de su propio espejo. El día que Néstor y Cristina traten a Zannini como tratan a Alberto Fernández sabremos que es el final. Es increíble que a esta altura los Kirchner se sigan viendo a sí mismos como una suerte de río Jordan que purifica a los impuros. Los malos neoliberales menemistas como Redrado pasan a ser buenos nacionales y populares al lado del matrimonio y vuelven a ser demonios imperialistas cuando se van. O Cobos, que era el jefe de la Concertación Plural para acompañar en la fórmula a Cristina, pasó a ser un traidor que le tiene que mandar saludos a Vandor en la 125, y un golpista que dejó de serlo cuando votó como el Gobierno quería en el tema Redrado.
La revista Barcelona se lo pregunta con mordacidad: “¿Por qué ningún integrante del gobierno popular le avisó a Néstor Kirchner que Martín Redrado era un corrupto de derecha? El culpable de la omisión podría ser el mismo asesor inescrupuloso que no dijo nada sobre el carácter conservador de Cobos”.

Hay que encender una luz de alerta en el tablero institucional. El violento cruce de acusaciones entre los dirigentes políticos fue minando la confianza y el entusiasmo ciudadano. Hasta ahora eso afectaba sólo al Gobierno, pero empieza a manchar a los opositores.
Hay un reclamo creciente para que la dirigencia se ocupe de las asignaturas sociales pendientes (pobreza, desocupación, inseguridad, inflación) y menos de sus vanidades, internas y candidaturas. Esa exigencia se hace cada vez en voz más alta.
Quien quiera oir que oiga.