Hace año y medio, durante un viaje a Africa, Benedicto XVI declaró: “El sida no se puede superar con la distribución de preservativos que, al contrario, aumentan los problemas”. Para entonces todos –casi todos– pusimos el grito en el cielo, aunque ya deberíamos estar acostumbrados a aseveraciones semejantes, que exudan hipocresía e ignorancia.
Hace poco el periodista alemán Peter Seewald sometió a un respetuoso interrogatorio a Benedicto XVI y el resultado es un libro-entrevista titulado Luz del mundo, y un anticipo apareció en las páginas del Osservatore Romano, el órgano periodístico oficial del Vaticano. De dicho texto se infiere que Benedicto XVI justifica el uso del profiláctico “en ciertas circunstancias”, como al sostener relaciones sexuales a través de un acto de prostitución –llamadas con el gracioso eufemismo de “pago por evento”.
Eso es lo que se supo a partir de la traducción al italiano del texto en alemán. Mientras los diarios latinoamericanos, italianos y españoles hablaron simplemente de una mujer que se prostituye (que me imagino que obliga a usar preservativo a sus clientes), los diarios alemanes, en inglés (no todos, por ejemplo el Financial Times se comportó de otro modo) y en francés (por ejemplo Le Monde) hablaron del caso de un hombre que se prostituye, basándose en las palabras pronunciadas por el Papa en la entrevista original: männliche Prostituierte; o sea, un prostituto.
Se trata de un detalle importante, de un equívoco que no debe ser pasado por alto, porque en el caso de la relación sexual entre hombres –que naturalmente no puede tener una finalidad procreadora– pone de manifiesto las motivaciones que llevan a la Iglesia a seguir siendo contraria al uso del preservativo; esto es, al hecho de que se trate de un control anticonceptivo que de algún modo interfiere con el plan natural de Dios. Como si fuera poco, en el primer caso se trataría de una precaución para evitar la epidemia de sida dentro de la comunidad homosexual, mientras que en el segundo caso, el Papa se estaría focalizando en la difusión de la enfermedad en el mundo entero, cosa que naturalmente lo tiene sin cuidado.
Luz del mundo consta, al parecer, de 227 páginas, está dividido en 18 capítulos que condensan las noventa preguntas que Sweed le hizo “sin censura” al Papa durante varios días, el pasado verano en Castel Gandolfo, el lugar donde los papas vacacionan. Peter Seewald cuenta que al llegar a Castel Gandolfo el Papa notó que uno de sus ayudantes había puesto un gran crucifijo en la recámara papal. El pontífice instruyó al asistente para que retirara el crucifijo de inmediato: “Estoy de vacaciones –le dijo a Seewald al oído–, no quiero ver nada que me recuerde la oficina”.