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Otra forma de vivir la justicia

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Buen día. Gracias. Discúlpame. Me equivoqué. Hablemos. Confío en vos. El padre explica a sus hijos por qué ayuda a cada uno de distinta manera. El jefe explica a su grupo de trabajo las ventajas de la asignación de funciones que acaba de anunciar. Una vecina del barrio cocina todos los mediodías para chicos de hasta 5 años. Cincuenta por día. En un rancho perdido en medio del campo dos personas se levantan de la mesa y sin que nadie se lo pida van afuera a fumar. El auto frena en la esquina permitiendo que cruce el peatón. En Mendoza, el regante utiliza el agua de riego a la hora y durante el tiempo que le corresponde. Ejemplos de personas que se vinculan y acuerdan criterios para asignar al otro lo que le corresponde basándose en la confianza, el sentido común, el respeto de leyes –escritas o no–, una palabra o una simple mirada.
Generamos millones de relaciones interpersonales de este tipo por día. Más allá de lógicos condicionantes, de nosotros depende siempre la actitud con la que encaramos estas vinculaciones, la impronta que les queremos dar y la forma de llevarlas adelante. Cada día millones de argentinos tenemos la posibilidad de acordar una parte importante del transcurso de nuestras vidas y de la sociedad que dejaremos a nuestros hijos recurriendo a actitudes, palabras y acciones positivas, constructivas, ejemplificadoras y formativas que a su vez generan confianza, vínculos a futuro y previenen daños y conflictos. Nada ni nadie nos impide hacerlo. En cierta medida, podemos ser actores de nuestro presente y futuro. En esto no intervienen el Estado, Macri, los políticos, los jueces, los fiscales, Stiuso ni Cristina. Se trata del ejercicio de la libertad, algo que tanto reclamamos. Podemos, si queremos.
Argentina puede cambiar de rumbo luego de varios años de estancamiento social y económico. Volver a construir sus instituciones, lograr una reforma equilibrada del sistema judicial y generar confianza interna y hacia el exterior. Reducir lo máximo posible la pobreza, el narcotráfico y la corrupción son algunas de las prioridades. Los funcionarios daremos lo mejor de nosotros para ello. Pero como simples ciudadanos ya no sirve seguir reclamando de otros el ejercicio de hábitos o virtudes que quizá nosotros mismos descuidábamos o seguir pidiendo justicia sin siquiera plantearnos la posibilidad de ejercerla responsablemente dentro de nuestras posibilidades y dentro de la ley. Si no nos gusta la realidad que vivimos, o heredada como suele llamársela, cambiémosla, empezando por cambiar nosotros. Nuestro compromiso con la realidad no se agota con seguir echándoles la culpa a los demás, al Poder Judicial, a los políticos, a la economía o a la corrupción siempre ajena. Eso no alcanza.
En definitiva, tuvimos mucho que ver en el tipo de sociedad en la que vivimos y lo mismo va a suceder en el futuro. Ayudaremos entre todos a tener una sociedad más justa si orientamos nuestra voluntad y nuestros actos en el sentido deseado, ejerciendo responsablemente nuestra libertad. Este camino puede resultar incómodo, demandar tiempo que no tenemos, paciencia que hemos perdido hace tiempo, y otra serie de cualidades “blandas” para una sociedad que ha sido aleccionada para el conflicto, la lucha y confrontación permanentes, pero no deja de ser accesible, como vimos en los ejemplos del comienzo. Partiendo del diálogo y la búsqueda de consensos podemos procurar vivir con una constante y permanente voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde. Ello genera vínculos positivos y construye civilidad. Ello es justicia. Y está al alcance de todos.

*Secretario de Planificación Estratégica. Ministerio de Justicia y DD.HH. de la Nación.