COLUMNISTAS

Otra tribuna es posible

No descubro nada si digo que vivimos en una sociedad que cree que todo es posible.

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No descubro nada si digo que vivimos en una sociedad que cree que todo es posible. Me refiero a esas cosas feas, inmorales o indignantes. Es decir, la misma sociedad que canta que la AFA va a cambiar “el día que las vacas vuelen o (lea bien) que en la Argentina baje la inflación”, es la que acepta la posibilidad de que Alfredo Yabrán jamás se haya suicidado.

Entiendo que esta es la raíz de porquerías como la que se vivió esta última semana en la que gente seria, profesionalmente exitosa en su rubro, creyó viable que Juan Román Riquelme no sólo jugase en Japón sino que hasta se sentase en el banco hoy contra Lanús. Boca no quiso comprar a Riquelme en agosto. Boca, que entonces reconocía a la de Mauricio Macri como palabra definitiva (¿única?), creyó improcedente desembolsar el dinero que, ahora sí, con Pedro Pompilio, resolvió pagar al Villarreal. En consecuencia, Boca fue partícipe necesario de la inactividad de Román. Los españoles son los culpables del despropósito de dejar inactivo a uno de los mejores futbolistas del planeta. Pero Boca tampoco quiso sacarlo de ese rol cuando realmente hubiera sido oportuno. Desde la pasión del hincha, quieren a Riquelme ganándole al Milan. Se entiende: con él, ganarle al Milan parece posible. Sin Román, superar al Pachuca será difícil. Lo hubieran pensado antes. En todo caso, suena saludable que, de tanto en tanto, reconozcamos como válidas las normas vigentes. Lo peor es que esta ilusión de que se haga trampa fue fomentada, también, desde algunos sectores del periodismo que, luego, tienen el tupé de hablar de la moral ajena.

Estas cosas, como las de tener gobernadores que no viven en la provincia que gobiernan o las de tener que perseguir candidatos por diferentes distritos según crean tener chances de ganar un año en Santa Cruz y otro en Catamarca, ayudan a ubicarnos en el tiempo y en el espacio. Tanto como la historia de Victoria Donda, primera nieta recuperada que llega al Congreso y que, en Vicente López, participó en la misma lista que un referente barrial de Luis Abelardo Patti.

Como fuere, en un país tan lleno de suspicacias y, a la vez, tan lleno de incrédulos que ponen toda opinión bajo sospecha, emocionarse en nombre del fenómeno barrial de Arsenal de Sarandí es, por lo menos, correr el riesgo de pasar por estúpido. Me animo y les aseguro que no sólo la inminencia de un Lanús o Tigre campeón me remite al fútbol que goce de chico y al que quiero de vuelta en nuestro medio; la consagración de Arsenal en la Sudamericana, también lo sería.

Desde el simple hecho de que su estadio se llama Julio Humberto Grondona o de que el hijo del presidente de la AFA sea el titular del club de Sarandí, la tendencia natural es la de poner todo bajo sospecha. Y de la mano de esa sospecha, estaríamos enterrando gratuitamente la fiesta que yo mismo atestigüé la noche de la primera semifinal con River. La fiesta, usted lo recordará, no estuvo en la cancha ya que el partido fue un bodrio. Pero el fenómeno de un público absolutamente familiar y de barrio me hizo sentir que otra tribuna es posible. Es la misma tribuna que usted y yo queremos cada vez que vemos en acción a los barras. No estoy diciendo que no haya violentos en Arsenal. Los hay allí, tanto como en Lanús, en Tigre o en Estudiantes de La Plata. Pero tanto con el campeón del Apertura 2006, como en los otros tres casos, se da el fenómeno de que los delincuentes encubiertos tras el manto sagrado quedan en un segundo plano a partir de la euforia colectiva puramente futbolera.

Además, Arsenal es un equipo complicado, dotado de algunos nombres de enorme proyección, como el Papu Gómez, y sustentado por un grupo de jugadores a los que el mal llamado fútbol grande de un modo u otro despreció: Cuenca, Matellán, Gandolfi, San Martín, Calderón y Cristian Díaz son una muestra clara al respecto. Además, tiene en Josimar Mosquera a uno de los defensores más aplicados, efectivos y limpios de este momento. Un técnico inteligente y mucha dedicación para trabajar las jugadas con pelota parada dan forma a un fenómeno que seguramente habrá recibido de la AFA apoyos que otros no, pero que no de la mano de ese apoyo se cargó a un mexicano, a River y a San Lorenzo y está muy cerquita de ganar una copa que han jugado, también, San Pablo y Boca, por ejemplo.

Todo lo demás, lo acepto en las mesas de café. Porque de insinuaciones de partidos y torneos arreglados está lleno nuestro fútbol. Pero sólo en las mesas de café. A la hora de los bifes, nadie dijo lo que dijo. ¿O acaso no cree usted que, ahora, a Lanús le adjudican influencias sobre los árbitros dentro de la AFA o a Tigre no le señalan preferencias a partir de los contactos de Sergio Massa (ANSES) con Viamonte 1366?

Cada vez que me hablan de arreglos, suelo tomar distancia del fútbol y me pongo a pensar en cosas que no me apasionan tanto. Por ejemplo, pienso cómo me sentiría si me jurasen que Mozart robaba partituras y jamás tocó el clavicordio que aún hoy exhiben en su casa natal. O que las maravillas de Cezanne o Gauguin son sólo un invento más de un nerd aburridísimo frente al Photoshop. Me sentiría igual que con el fútbol, que tanto me gusta. Y les diría: “O me traen la cabeza de María Antonieta, o me dejan de joder”.