Hace años que asisto a informes de economistas que, en general, con contadísimas excepciones, tienen el mismo contenido, y que proponen devaluar y ajustar. No hay propuestas, no hay creatividad, menos inteligencia aplicada a soluciones o planes. Sabemos del descontento empresarial, sobre todo en estos últimos años. Y se dice… lo que ellos quieren escuchar.
Yo parto de otra premisa. No comparto que haya que devaluar ni ajustar. O, al menos, no sin un plan de cómo va a ser el futuro. Devaluar sin analizar competitividad o impuestos, entre otras variables, es una nueva sinrazón. Ajustar es volver al círculo negativo del pasado.
Veamos cómo funcionaría una alternativa: asume el nuevo gobierno, aprovecha sus cien días de “luna de miel” y llama a un blanqueo y repatriación de capitales. No es una sola cuestión, son dos las opciones: si blanqueás y querés mantener tus inversiones en Katmandú, pagás una tasa baja, atractiva, para que la gente diga: “¿Vale la pena correr el riesgo por tan poco?”. Y existe una opción B para aquellos que deseen repatriar los capitales: cero costos impositivos. Muchos dicen que los blanqueos son inmorales. No concuerdo. Hay que ser realista: mucha gente ha pagado impuestos y luego “escondido” el dinero por simple temor. Y si esto es injusto para los que no participen, pues tienen todo declarado, se puede establecer alícuotas menores en, por ejemplo, los impuestos al patrimonio.
Hay necesidad de muchas empresas y gente para repatriar capitales. Si se propone un sistema atractivo, con una reforma impositiva inteligente, para seguir atrayéndolos, el flujo será inmensamente positivo, y nos llevaría a… ¡revaluar!
Si devaluamos simplemente, generaremos más inflación (el reflejo es automático, es lo que pasa siempre) y luego, si entra capital nuevo y revaluamos en flotación, ¿bajarán los precios? ¡Jamás! Quedaríamos “caros” en dólares, de nuevo en los 90.
Entonces, la propuesta que me gustaría escuchar no es a cuánto debería estar el dólar, sino cuál es el plan reactivador que nos saque de los cepos y nos devuelva al desarrollo.
Arriesgo:
◆ Ley de blanqueo y repatriación de capitales para inversión productiva (léase, no financiera, con los tiempos obvios necesarios).
◆ Nuevo sistema tributario: énfasis en Ganancias (permitiendo, por ejemplo, la mitad de la tasa si se capitalizan en vez de distribuirlos), actualización de las bases, adecuación de la cuarta categoría para empleados, disminución de retenciones hasta su anulación, eliminación de Sellos, adecuación de Ingresos Brutos, aumento de recaudación de impuesto a los débitos (a cuenta de Ganancias), entre otras posibilidades.
◆ Flotación del valor de la divisa: con intervención no anunciada del BCRA.
◆ Liberación de todos los cepos.
◆ Concertación con empresarios sobre valores acordados de precios y salarios.
◆ Plan ambicioso de infraestructura.
◆ Propuesta de financiamiento externo: deuda sólo para infraestructura. Y en los privados, sólo para inversión en empresas.
◆ Ley de protección a la inversión privada, nacional y extranjera.
◆ Acuerdos comerciales con las principales potencias, a partir de un intercambio exportador.
◆ Fuerte impulso al mercado de capitales local, con proyección internacional.
Y podría seguir.
No es ninguna revelación genial lo que acabo de escribir. Más bien, es muy elemental. Pero, claro, no se centra para nada en la devaluación. Es hora de pensar distinto. ¿Quién se atreve a cambiar? Veremos en octubre.
*El autor es CEO y chairman de First.