¿Y por qué habría de fallar EE.UU. en contra de su propio negocio, si consiste en ser veedor de que el dinero fluya siempre en una sola dirección?
Yo creo que el dinero ya dejó de ser el fetiche que aceita nuestra relación con la posesión de ítems y que ahora el fetiche es el precio. La diferencia es sutil y me explico mal y pronto: el precio de las cosas nos interesa como un tabú imantado incluso cuando no estemos dispuestos a pagarlo jamás. Es el precio que pagan otros el que nos excita como si de nuestro propio cuerpo se tratara.
Veamos una anécdota semiexplícita del arte, que –como todo mundo sabe– desprecia y adora la capacidad de las cosas de convertirse en dinero. Una amiga experta me explica cómo se jerarquizan las obras en las ferias. Un museo importante de un país central viene a comprar. ¿Quién tendrá la suerte de salir proyectado al Primer Mundo? Está en la letra grande del contrato que el museo no gasta un penique. El precio (modesto comparado con otras latitudes, altísimo al juzgar el material del que las obras están hechas: fotos viejas, tiempo, discursos agregados) no lo paga el museo, sino un grupo de comerciantes porteños que ahorran dinero en el año para así sudar un plus y meter una obra equis en el mundo como un gol de media cancha. Los comerciantes no saben qué obra elegirá el museo. Y poco importa siempre que sea de la región. De América Latina, una bolsa de viejas vanguardias y apasionado arte político. La obra –política, en un 99% de las elecciones foráneas– será pagada acá para ser exhibida allá y en el futuro el artista elegido venderá más caro. Así que la compra es inversión. Un ajuste de belleza al panorama regional. Una visa de pertenencia al ojo general que mira el mundo.
Creo que poco importa quién pague la obra o si de allí podrían haber comido muchos niños (seguramente la respuesta es no). Pero sí debería empezar a importar el hundimiento de las categorías estéticas tradicionales: originalidad, conmoción, pericia, entereza, habilidad, imaginación. Es como pagarle a una empresa extranjera para que venga a excavar con su tecnología y se fije si no le molestaría llevarse un poco de petróleo de este suelo si lo hallare.
No se habla de soberanía en asuntos de arte porque el arte no tiene nacionalidad. Pero es raro que este aspecto bursátil, colonial del mercado sea un tabú y no se lo estudie de lleno y con pasión en materias centrales de las carreras de artes, como antes la perspectiva, las vanguardias o el conceptualismo.