El Gobierno sufrió una severa derrota política en su pelea contra los periodistas. No alcanzó la envergadura de la paliza que padeció en el conflicto contra el campo o en las últimas elecciones, sólo porque Néstor Kirchner se dio cuenta a tiempo. El comandante mandó a parar un centímetro antes del precipicio. No es la primera vez que el tiro le sale por la culata. Desde que el matrimonio desembarcó en el poder, dio varios ejemplos de este comportamiento audaz hasta la irresponsabilidad y autodestructivo hasta la incomprensión.
Esta vez, perdieron en todos los terrenos. El clima beligerante instalado desde la cima del poder, cadena oficial y paraestatal de medios mediante, generó una reacción contraria a la buscada: victimizó a la prensa. Levantó una ola de indignación y hartazgo hacia tanto autoritarismo de Estado y galvanizó a diputados y senadores, que actuaron en el mejor de los sentidos. Por eso, Kirchner les pidió a sus legisladores nacionales que no cayeran en provocaciones y repitieran un discurso único que colocara a Clarín en el rol de verdugo y al Gobierno en el papel de corderito patagónico. Hasta notorios colaboracionistas se vieron obligados a retroceder y sobreactuar su condena a los afiches, los escraches y las agresiones.
El linchamiento público que intentó hacer Hebe de Bonafini quedó aislado y multiplicó los rechazos. Apenas 300 convencidos presentes, “testigos” que se bajaron sobre la hora, ausencia de los artistas que suelen abrazar a las Madres y algún funcionario de menor rango. El kirchnerismo resolvió no criticar esa desmesura, pero dio un paso al costado y se lavó las manos. Entendió que ese “tribunal popular” tenía poco de tribunal y nada de popular. Por suerte, el fanatismo de Hebe de Bonafini aún no logró erosionar la heroica historia de las Madres. Aunque cada vez más exponentes de los derechos humanos y del progresismo toman prudente distancia. Nora Cortiñas y Estela de Carlotto, que padecieron en carne propia la intolerancia de Hebe, fueron cuidadosas pero dejaron claro que no tienen nada que ver con ella. Incluso, la presidenta de Abuelas hizo una advertencia sobre la cacería de brujas.
Hubo algo más demoledor. El reportaje que Magdalena Ruiz Guiñazú le hizo a Bonafini el 3 de febrero de 1984, recién recuperada la democracia, y que la propia periodista retransmitió el jueves, es un ejemplo de compromiso por los derechos humanos. El clima de entonces era muy distinto al actual. Los militares todavía tenían mucho poder. Allí, Hebe se muestra muy agradecida con Magdalena, dice que nunca olvidarán que fue la primera en hablar de ellas por radio y su moderación permite que Magdalena quede a su izquierda ideológica. Bonafini no se atreve a decir que son censuradas o que la autocensura las margina de la televisión, y es la periodista quien condena esa posibilidad.
Con la salvajada de los afiches anónimos pasó algo similar. Iban en línea con el pensamiento y la acción antiperiodística que vienen desarrollando los Kirchner. En la masiva marcha en respaldo a la aplicación de la nueva Ley de Medios hubo pancartas aún peores en manos de presuntos progresistas. Mostraban la foto de periodistas honestos y democráticos, como Nelson Castro, con un dólar que actuaba como mordaza sobre su boca. Ese globo de ensayo generó un silencio cómplice durante una semana. Tardaron demasiado en salirle al cruce a ese gesto de cobardía que señalaba blancos móviles para quien quisiera hacer justicia por mano propia o ser más yabranista que Yabrán. Incluso, llegaron a sugerir que los afiches los había confeccionado el propio diario Clarín. Reapareció la vieja sospecha reaccionaria sobre las víctimas. Quedaron atrapados. Era un hecho absolutamente condenable mas allá de quien haya hecho el encargo a la imprenta. Se quedaron especulando sobre la conveniencia de decir algo o no. Esperaron la orden de Néstor. Y Néstor no dijo ni mu, igual que las otras dos personas más poderosas del país: Hugo Moyano miró para otro lado y Cristina recetó vacunas antirrábicas para los periodistas.
Lo del escrache en la Feria del Libro fue lo más burdo y contraproducente. La patota de Guillermo Moreno contribuyó a sillazos y trompadas a promocionar el libro de Gustavo Noriega sobre el Indek. Nada más torpe y peligroso. Ya lo dijimos la semana pasada: el Frankenstein que se alimenta de periodistas y fue parido por Néstor y Sra. ya tomó vida propia y puede terminar devorándose a sus propios padres virtuales.
Tal vez por eso, dirigentes de dos agrupaciones con fuerte identidad de izquierda recharazon la escalada. El kirchnerista Fernando Navarro, del Movimiento Evita, planteó que los carteles eran “un atentado contra la libertad de expresión”. La ya no kirchnerista Victoria Donda, de Libres del Sur, dijo que los escraches y los juicios eran “una barbaridad antidemocrática”. La diputada Donda tiene autoridad para hablar del tema. No sólo por su condición de hija de desaparecidos nacida en cautiverio, luego apropiada y finalmente recuperada, sino porque integró la agrupación Hijos, que consagró la metodología del “escrache”.
Donda explicó: “Usamos esa modalidad contra los genocidas cuando la Obediencia Debida y el Punto Final impedían juzgarlos. Puedo coincidir o no con los periodistas acusados, pero defiendo la Ley de Medios para garantizar que todos puedan expresarse. No creo en ningún monopolio. Ni en los que hoy existen ni en los que está construyendo este Gobierno, que se está comprando todos los medios. En Córdoba, quieren comprarse hasta el boletín dominical de la Catedral y Ricardo Jaime es uno de los responsables”.