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violencias

Otros mundos

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Se murió Mickey Rooney. Caramba, ¿cómo se atrevió a hacerme eso? Se llevó, así nomás, sin avisarme, un pedazo de mi vida. Bueno, no: un pedazo de la vida del mundo que fue. Tengo el privilegio de haber visto ese mundo que tuvo, como todos los mundos, aspectos maravillosos y aspectos detestables. Entre los maravillosos, que una a los 13, 15 años, podía salir sola tranquila después de haber oído la admonición paterna: “Y si tiene algún problema, m’hijita, recurra al vigilante de la esquina”. Espero, estimado señor, querida señora, que usted se dé cuenta de las implicancias de ese detalle maravilloso. Entre los detestables se contaba el del silencio: esas cosas de las que no se hablaba, simplemente para que no existieran. Tal vez no existieran. O sí: en un mundo paralelo que no todas alcanzábamos a ver. ¿Por suerte? ¿Por desgracia? Vaya usted a saber: todo tiene esos dos aspectos y poco a poco una se va dando cuenta de que no son sólo dos sino tres, mil, diez millones, infinitos matices que van convirtiendo una cosa en su contraria o en otra, otra más allá, más acá, en otra parte de nosotras mismas. No está mal, nada mal. Si no fuéramos contradictorias, dudosas, insatisfechas, indecisas y así por el estilo, no habría divinas comedias ni ficciones ni quijotes ni quintas sinfonías ni descendimientos de la cruz ni teoremas de algún señor griego ni descubrimientos de estrellas lejanas ni bosones ni Dios. Ni violencia.
Caramba, me parece que yo quería escribir sobre la violencia. Usted disculpe: a una suelen pasarle estas cosas. Y yo quería plantear preguntas, ya que respuestas no tengo: ¿dónde está el límite? ¿Qué es lo que me impide, en medio del dolor o la indignación, salir a matar gente?, ¿a mí?, ¿a usted?, ¿al señor que vive enfrente de mi casa?, ¿a la sociedad? Ah, era eso: ¿dónde hay un muro que dice arriba en letras de fuego “No matarás”? ¿Nos quemamos en ese fuego? ¿Lo ignoramos? Usted dirá.