Llegados a esta altura del año comenzamos a evaluar aquellos proyectos que no hemos realizado, los propósitos personales incumplidos, las deudas pendientes de lo que planificamos a principio de año.
Desfilan, entonces, los chequeos médicos que postergamos mes a mes, las dietas iniciadas y abandonadas serialmente. Los cursos que pasaron por nuestra agenda y que no concluimos, los ex alumnos del colegio con los que no concretamos la reunión prometida, el viaje que el dólar impidió y el gimnasio que no pisamos.
A estas deudas intangibles les podemos agregar otras deudas contantes y sonantes: la tarjeta de crédito inflamada de cuotitis, los préstamos que debemos a los amigos y/o familiares. Los créditos UVA que nos emborrachan o, al menos, nos marean; el “ahora 12” que pasa a ser “siempre 12” o el viaje al que sí accedimos y que ahora debemos abonar.
En definitiva, la mayoría de nosotros está endeudada de promesas y planes incumplidos o de bolsillos flacos que debieron recurrir a financiamientos inciertos.
Nuestro país también se endeuda, en algún momento de la historia se han apropiado de los fondos de las jubilaciones y/o de la seguridad social, en otros se han pedido préstamos internacionales y viajamos de la deuda interna a la deuda externa “como estelas en la mar”.
La democracia argentina el próximo 30 de octubre cumple 35 años de ejercicio ininterrumpido. De aquella elección singular de Raúl Alfonsín, cuya impronta personal lo va agigantando según pasan los años, hasta hoy ha transcurrido la mayor continuidad desde la instauración del voto universal, secreto y obligatorio.
Llegada esta fecha simbólica solemos preguntarnos por las deudas pendientes de la democracia. Tan condicionados estamos los argentinos por las deudas que, apenas cumple un nuevo año, buscamos la manera de eludir responsabilidades y reclamarle a la democracia que abra sus bolsillos y saque soluciones que los hombres y mujeres de este suelo no somos capaces de dar.
La democracia no nos debe nada, no tiene cuentas pendientes, en todo caso, en una inversión de compromisos, deberíamos plantearnos qué estamos haciendo con esta democracia que tanto decimos defender.
No hay un código, un manual universal que nos dé las instrucciones del funcionamiento de lo democrático. Será cada país soberano, dispuesto a respetar contratos con su pueblo, el que fijará las normas que hagan posible la democracia en su territorio.
En la Argentina es la Constitución nuestro manual y es sobre esa ley fundamental que los políticos, los funcionarios, los ciudadanos todos, debemos hacer un balance del debe y el haber.
¿Qué han hecho los representantes del pueblo con el mandato que se les asigna? Nuestros legisladores de estos 35 años, ¿han sumado o han restado para llegar a este presente?
¿Qué se preguntarán los distintos presidentes, gobernadores, intendentes en cada ocasión en que ejercen el poder? ¿Trabajan en la especulación electoral de renovar mandatos o priorizan las necesidades de la población?
¿La Justicia es un poder independiente que nos mira como iguales frente a las leyes o es un engranaje de intereses personales y/o partidarios y/o de conveniencia?
Los grandes empresarios, ¿están dispuestos a arriesgar algo en pos de producir o se paran en lo alto a ver qué mecanismos aceitar para ganar dinero especulando y luego arrepentirse a la fuerza?
¿Los sindicalistas buscamos manejarnos entre el equilibrio del trabajo, el salario y el bien común o pretendemos escribir con letra cada vez más chica estatutos que nos permitan perpetuarnos más allá de los alarmantes vaivenes de la desigualdad social?
Los religiosos de diferentes cultos, ¿profesarán con el testimonio personal una fe viva o contribuirán a la confusión mezquina de intereses temporales? ¿Y los movimientos sociales?
Así, oscilando entre personas y conductas valiosas y disvaliosas cumplimos 35 años. Está claro que la democracia no nos debe nada, pero da la sensación de que la factura se la vamos a hacer pagar.
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR Capital) .