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Páginas negras y amarillas

Por una interna del Gobierno de Buenos Aires, la semana pasada incursioné en el tema de la lotería y los casinos, eso que Juan B. Justo llamara “el impuesto al zonzo” y que curas, pastores y psicólogos empeñados en rehabilitar ahora llaman ludopatía y yo preferiría llamar boludopatía.

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Por una interna del Gobierno de Buenos Aires, la semana pasada incursioné en el tema de la lotería y los casinos, eso que Juan B. Justo llamara “el impuesto al zonzo” y que curas, pastores y psicólogos empeñados en rehabilitar ahora llaman ludopatía y yo preferiría llamar boludopatía. En boludos soy un experto: pasé dos décadas de mi vida tributando a dealers y aun hoy –cuando según el dicho criollo estoy “más cerca del arpa que de la guitarra”, y más propenso a geriátricos que a telos–, cotizo semanalmente siete dólares a la industria del tabaco y más de cuatrocientos mensuales a Novartis, distribuidora de mis parches de nicotina, a Boehringer, proveedora del Combivent y el Atrovent, y a Glaxo, que importa el Seretide, que integra el cóctel indispensable para el simulacro de respiración que me mantiene vivo como a decenas de miles de pudientes víctimas del EPOC diseminado por las dos corporaciones tabaqueras. A propósito: me gustaría saber cómo se la arregla Philip Morris –uno de esos dos vampiros fiscales y pulmonares– para eludir la ley y omitir la advertencia de peligrosidad en las cajillas de sus venenosos Marlboro. No me cuenten cómo se las arreglan ambas empresas para mantener a la Argentina en los índices más bajos de precios del cigarrillo y en el rango más flexible de la legislación antitabaco del mundo: sé cómo opera el lobby de la industria sobre nuestros legisladores. Sobre el lobby del juego algo también se sabe: no sólo uno de sus líderes de guante blanco vive sentado a la diestra de poderoso diputado Néstor: sus competidores financian campañas y privilegios de concejales e intendentes y hasta se asocian –como la firma Codere– en proyectos culturales de la Editorial Planeta. Como si no tuviese nada que ver, recuerdo que la semana pasada, a propósito de los vínculos motonáuticos del gobernador Scioli con el operador del juego Peluso, escribí que ese falso deporte de medio pelo sería un “hobby ruidoso, violento y contaminante que comete crímenes impunes contra la naturaleza y el buen gusto”. Me faltó anotar que todo eso ocurre bajo la mirada cómplice de la prensa. Aunque parezca de mal gusto que en PERFIL mencione marcas de la competencia, es necesario recordar que los medios, especialmente Clarín y La Nación en sus páginas llamadas “deportivas”, que nada hacen por el deporte, y “del automóvil”, que hacen todo por ganarse los favores de la industria automotriz, semana a semana celebran performances, eventos, y prestaciones que siguen fomentando el culto de la velocidad, la contaminación, la agresión y la imbecilidad de la gente que no sabe qué hacer con el tanto dinero que le sobra.