Buenos días, queridos jujeños. Estoy realmente feliz de estar nuevamente acá, principalmente porque me hacen sentir un jujeño más y eso lo valoro muchísimo”, decía hace unos días un condescendiente Mauricio Macri. “Recién hablábamos con Juan e Isabel, que me recibieron en su casa muy gentilmente, con sus diez hijos. Yo les decía ‘qué loco, diez hijos’, con lo difícil que es educar hoy. Van a tener que tener mucho apoyo de Dios y acompañamiento de Dios. ¿No es cierto, padre?”. El discurso del Presidente resulta ejemplificador de cómo la palabra sin acción se vuelve vacía. Por un lado, la imposibilidad de Macri de romper con sus propias coordenadas mentales ante realidades que le resultan demasiado ajenas. Por otro, y lo más llamativo del “Dios te ayude”, es la negación del deber del Estado de proteger y garantizar los derechos básicos de las personas.
El autismo social discursivo pareciera marcar el pulso de estos tiempos. El acto de comunicar, independientemente de qué o a quienes, se va divorciando del intento de construir algún tipo de interlocución o empatía, para reflejar el único universo conocido o que interesa: el propio.
El “narcisismo individualista” no supone la idea de renunciar a la interacción social. Muy por el contrario, se asienta en la búsqueda del reconocimiento a partir de un universo autorreferencial que se supone unívoco y colectivo. La cultura de la imagen busca en la palabra sólo el soporte que la complete.
En consonancia con lo que dice Slavoj Zizek, en un mundo que demanda café sin cafeína, guerra sin muertos, Coca-Cola sin azúcar, sexo sin compromiso, el mensaje sin contenido resulta un paso tristemente lógico. La verdad se oculta sobre la posible verdad.
Basta encender cualquiera de los múltiples dispositivos al alcance de la mano para acceder al mundo de las imágenes, el espectáculo y las apariencias. Sin embargo, esta posibilidad que era reservada y preservada para “famosos” hoy está al alcance de casi cualquier mortal. La posibilidad tecnológica de hacer y transmitir tu propia “película” cambió la relación jerárquica, piramidal, entre las estrellas y los aplaudidores. En tiempos en los que sigue siendo difícil poder direccionar la propia vida, es bastante fácil simularla para cualquiera.
“Disimular es fingir no tener lo que se tiene, mientras que simular es fingir tener lo que no se tiene”, definió Jean Baudrillard en este juego de espejos de la sociedad posmoderna. Y un poco de todo esto es lo que hoy está afectando tanto a los medios como a la política.
Aparece entonces la palabra devaluada. Un valor que decrece no únicamente como consecuencia de una promesa incumplida, sino también por la pérdida de la función para la cual fue concebida. La palabra pierde porque ya no dice. Si la comunicación se vuelve una competencia en la que la exposición reemplaza a la sustancia, donde la pluralidad de voces no significa pluralidad de ideas, donde la agenda se impone por criterios ajenos a las audiencias, donde el morbo o la obscenidad (fuera de escena) de algunas imágenes terminan saturando por reiterativas, entonces la credibilidad se vuelve un acto de fe. La palabra se devalúa cuando no resuena, cuando no representa, cuando no incluye, cuando niega.
Como se preguntaba un pensador contemporáneo, “¿De verdad nos comunicamos, o es más bien el problema de toda una sociedad que se exalta y se agota en el mito de la comunicación?”.
Revaluar la palabra es tratar de repensar una sociedad que cada vez se responsabiliza menos de los otros, en la que emerge una comunicación que denota la precariedad de sus vínculos.
Es imprescindible impulsar la representatividad de sensibilidades, creatividades, pulsos y percepciones que conviven en estas épocas. Los medios de cualquier país son el espejo más o menos distorsionado del grado de innovación social alcanzado en la construcción de ciudadanía.
La verdadera grieta que hoy existe es la que puja por correr los márgenes de lo “viejo” para que pueda surgir y abrirse paso lo nuevo. Sólo desde la ruptura de los propios esquemas y de repensar lo ya instalado y aprendido, podrá surgir el reemplazo de una forma de comunicarnos que agoniza. Un diálogo con el espejo de nuestras imposibilidades que nos va dejando sordos y solos. Como una representación sin público.
*/**Expertos en medios masivos de comunicación *Politóloga. **Sociólogo.