Al revés. Todas las materias primas, hasta la madera, duplicaron en promedio su precio la última década. Pero el papel es la única commodity que bajó. |
Editorial Perfil es la mayor importadora de papel de diario de la Argentina. No sólo utiliza ese insumo para su propio diario, sino para algunas de sus revistas y varios diarios de terceros que imprime con papel incluido. También Editorial Perfil fue la más perjudicada cuando el precio de Papel Prensa era más barato que el importado y tuvo siempre que importar todo su consumo porque no le vendían papel nacional.
Pero a pesar de haber padecido Perfil –quizá más que ninguna otra empresa– la ventaja competitiva de Clarín y La Nación en Papel Prensa, prefiero que el Estado no intervenga. Me sentiría más incómodo con regulaciones gubernamentales al mercado de papel que con el eventual abuso de posición dominante que pudieran ejercer en el futuro Clarín y La Nación.
Es que el Gobierno atrasa, llega tarde y tiene una mirada anacrónica sobre el tema del papel. Hace veinte años, tener o no tener acceso al papel que producía Papel Prensa era determinante, porque diferencias de precio del 30% al 50% respecto del papel importado hacían casi inviable cualquier competencia. Pero en la última década hubo cambios sustanciales. Mientras el cobre, la soja, el petróleo, hasta la madera y todas las materias primas, duplicaron en promedio su precio en diez años, el papel es la única commodity que cuesta menos.
No es muy difícil adivinar por qué: las ventas de diarios en todo el mundo se redujeron un tercio y las fábricas de papel tienen exceso de capacidad ociosa. Se están cerrando plantas de papel de diario en distintos países porque pasaron a perder dinero.
Hace veinte años, el 90% del papel de diario importado se traía en barcos desde Finlandia, que tardaban casi un mes en llegar, y había que contar con un stock de varios meses porque cada tanto surgían problemas logísticos en la provisión, lo que obligaba a las editoriales a contar con grandes depósitos y enormes recursos financieros para anticipar casi medio año su principal materia prima. Hoy se sigue importando papel de diario desde el hemisferio norte (ya no mayoritariamente de Finlandia o Canadá sino de Rusia, China y decenas de países), pero cada vez menos porque, a menudo, resulta más económico y eficiente traerlo de países limítrofes, especialmente de Chile, donde llega por camión a Buenos Aires en cuatro días.
Antes se fabricaba papel con árboles de países muy fríos; avances en los sistemas de producción hicieron posible hacerlo con madera de árboles de zonas cálidas. Y para completar el cambio tecnológico, antes se colocaban las fábricas de papel en lugares cercanos a plantaciones de árboles, pero en el hemisferio norte se están ubicando fábricas de papel de diario cerca de ciudades donde se editan los principales diarios, porque la materia prima ya no es la madera sino el propio papel de los diarios leídos que se recicla de la basura.
Esto no quiere decir que Clarín y La Nación no continúen obteniendo beneficios por Papel Prensa, aunque sean cada vez menores. Tampoco sería lógico que el Gobierno quisiera imponer el mismo precio para todos porque iría en contra de la lógica económica de menores precios a quien compra mayores cantidades: es lo que se enseña en cualquier facultad de ciencias económicas como bonificación por volumen.
Al revés, no creo que si el Estado fuera dueño de Papel Prensa pudiera dejar de venderle a Clarín y La Nación, porque sin esos dos compradores, aun abasteciendo al cien por ciento de todos los diarios del país, Papel Prensa se quedaría con la mitad de su papel sin vender.
Exagera el Gobierno al decir que –hoy– quien controla Papel Prensa controla los diarios. Y exageran Clarín y La Nación al decir que si el Gobierno controlara Papel Prensa, correrían el riesgo de que los dejara sin papel salvo que prohibiera o limitara su importación.
Otra discusión falsa es presentar como algo deseable el autoabastecimiento de papel de diario y que todo el papel de diario que se consuma se produzca en la Argentina. Me encantaría que hasta exportásemos papel de diario, porque eso indicaría que somos más eficientes que los extranjeros, pero me atemoriza la palabra autoabastecimiento: temo que resulte una condena, porque eso se logre obligando a los diarios a comprar papel nacional de peor calidad y más caro simplemente colocando impuestos a la importación lo suficientemente altos.
Al igual que la publicidad oficial, lo ideal sería que todo lo relacionado con la producción de contenidos se rigiera por criterios económicos donde el Estado interviniera para desmonopolizar, penar el abuso de posición dominante y garantizar –precisamente– la libre competencia, no para sustituir al mercado.