Es imposible no quererla. Tan imposible como no enojarse con ella.
Yo la voté siempre. En todas las elecciones que fue candidata. Incluso esta última vez en que salió tercera.
Sé que está loca, y aun así la voté. Porque su locura es una locura sana, y una locura bella. No como la de Kirchner o la de Menem.
Tengo amigos que están tan enojados con ella que dejaron de votarla hace tiempo. Pero esta vez, asustados porque finalmente no lograra ingresar al Congreso, volvieron a votarla.
Así es Lilita, genera amores y desamores, nunca indiferencia.
No es un persona, es un ballet, como si fueran muchas. Quizá por eso su peso específico coincide con su peso físico. Literalmente, es una grosa en todos los sentidos.
Eso no me impidió criticarla bastante antes de que las encuestas mostraran que su imagen negativa crecía tanto como la positiva.
Con la revista Noticias tiene una relación ambivalente. Fueron compañeros de ruta en 2003, cuando fueron los únicos que criticaron a Kirchner. Y la aborreció cuando Noticias se atrevió a criticarla a ella misma: “¿Cómo a mí?”. La última vez que hablamos por teléfono fue para decirme que Noticias le había “clavado un cuchillo por la espalda” y había publicado “la nota más antiética del periodismo argentino” (las mismas palabras que ahora dice de Stolbizer). Fue por la tapa de sus peleas con Gabriela Michetti.
Hubiera sido la mejor periodista argentina. Y seguramente una mala gobernante.
Así como algunos periodistas se dedicaron a la política, Carrió, y quizá sin darse cuenta, es una política que se dedicó al periodismo.
Probablemente no sólo es culpa de ella sino también nuestra, de los periodistas. Dejamos el espacio tan libre que alguien tenía que ocuparlo. Alguien tenía que decir en 2003 que Kirchner era lo que todos saben hoy que es. Pero ella lo dijo hace seis años, cuando el periodismo le cantaba loas al kirchnerismo.
Siempre le digo a Carrió que aunque ella no lo sepa es una periodista, y ella me responde que aunque yo no lo sepa soy creyente (soy agnóstico). Pero mi presunción es empíricamente comprobable y Carrió cubrió para el diario PERFIL las últimas elecciones legislativas de Bush en 2006. “Vos decís que yo estoy loca, pero vos estás más loco que yo: ¿a quién se le ocurre contratar de enviada especial a una persona como yo?”, protestaba por entonces.
Otra señal de su mayor predisposición a las letras que a la política surge del librero que compartimos. En mi caso por afición a la psicología y filosofía, en el de ella porque queda a una cuadra de su casa, ambos consultamos muy seguido la librería Paidós de la avenida Santa Fe. Puedo dar fe de que pocos políticos tienen las horas y la profundidad de lectura de Lilita.
Ella sabe que es mejor criticando que haciendo, por eso nunca se presenta a cargos ejecutivos que pudiese ganar.
Lo suyo no es ganar y menos gobernar. Sirve como legisladora porque le gusta armar bardo, pero no sabe manejar gente. En el Legislativo es necesaria la discusión, en el Ejecutivo, el consenso. De lo primero es magíster, de lo segundo, infradotada.
El blog del “compañero Artemio López” decía el viernes que su diputado Fernando Iglesias, otro periodista y surgido de las publicaciones de Editorial Perfil, decía que “el Gobierno es insultativo”. ¿Y su jefa?, se preguntaban.
“Los berrinches de la doctora son ya un dato de color, atinente apenas al despliegue de su florida personalidad. Ha perdido toda densidad política”, remató el blog.
No creo que haya perdido densidad. Creo que su densidad hoy ya no es tan útil como cuando criticaba la corrupción desde la comisión antilavado de dinero o al kirchnerismo cuando nadie se atrevía. Hoy estamos en otro ciclo, donde la actitud consensualista de Cobos es más apreciada.
Y ella, prima donna si las hay, no se va a adaptar a lo que el público demande. Le dará lo que ella cree que precisa sin preocuparse por lo que ellos piensan que necesitan. Les dará siempre más de ella misma.
“¿De dónde salió este Cobos? ¿No se dan cuenta de que era kirchnerista en 2007?”, se pregunta con el mismo tono que advierte que “Pino Solanas es de San Isidro” y no de un barrio humilde, como si con eso lograra algo. En realidad, votan a Pino porque es de San Isidro, pero ella en su furia no puede aceptar la neurosis colectiva.
La palabra debacle fue utilizada varias veces para calificar el resultado de estas últimas elecciones: la debacle de Kirchner, la debacle de Carrió. Extrañas las vueltas del destino que se esfuerzan por llevarla a cuarteles de invierno, nada menos que junto a su archirrival. El que le copió el discurso y la posición ideológica y hasta le cooptó (palabra “carrioana”) a sus mejores cuadros políticos.
La desmesura del lenguaje es otro rasgo que comparte con Néstor Kirchner. Odia ver sus similitudes de carácter con el ex presidente. Podría reclamar derechos de autor, finalmente la intransigencia es un gen más radical que peronista.
Los partidarios de Carrió se lamentan por lo difícil que es hacer cambiar de opinión a su inflexible jefa. A Lilita le importa un comino lo que piensen los demás. Tantas veces ella vio antes lo que los demás no veían.
Despreocupada, tras navegar en contra de la corriente de todo el arco político (sólo ella pudo poner de acuerdo al oficialismo y la oposición), se fue veinte días de vacaciones. Eso sí, antes de partir, presentó ante la Justicia una ampliación de su denuncia contra Néstor Kirchner por asociación ilícita, esta vez por el aumento patrimonial que surge de la nueva declaración jurada matrimonial.
Diva, caprichosa, fanática, egocéntrica, prejuiciosa, autoritaria (“debería haber aceptado la posición de la mayoría de su partido”, dijo Cobos sobre presentarse al diálogo), Carrió corrió, soberbia, o “le gusta el caos y no el orden”, son algunas de las tantas calificaciones que recibió esta semana. Hasta para su más visible aliada, Margarita Stolbizer, su actitud es directamente “inexplicable”.
Quizá, como otras veces, termine teniendo razón y el diálogo desemboque en un fracaso tan estrepitoso que su negativa a participar, pese al rechazo que actualmente produce, le resulte históricamente positiva. Pero, aunque eso suceda, es difícil que se pueda cerrar la brecha que fue abriendo con la sociedad.
No le importa, ella no vino al mundo para agradar o ser feliz. Es kantiana.