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Asuntos internos

Para extraterrestres sin intestinos

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Un par de escenas memorables donde el baño es protagonista. En El fantasma de la libertad, de Luis Buñuel, un inspector de policía y su mujer visitan la casa de unos amigos; todos se sientan a la mesa sobre inodoros mientras discuten sobre productos tóxicos que contaminan el mundo. Cuando quieren comer o beber algo, preguntan con discreción a la servidumbre dónde está el baño y se retiran silenciosamente. Una vez allí, se sientan en una silla común y corriente y comen y beben. En La luna de los asesinos, de Richard Stark, Grofield y Parker asaltan una fábrica de cerveza. Es de noche, el sereno hace su ronda y se topa con Grofield ataviado con un pasamontañas. Grofield lo invita a proseguir con su trabajo, que consiste en revisar una por una las oficinas y marcar tarjeta al final del recorrido, para que sus patrones puedan comprobar que no se pasó la noche durmiendo. Al finalizar la ronda, Grofield le pide al sereno que lo lleve a la oficina del gerente: se supone que es él quien cuenta con el baño mejor equipado. Allí lo esposa al inodoro, y antes de retirarse le pide al sereno que memorice un mensaje amenazador que deberá recitar a la mañana, cuando el gerente lo encuentre. Conciencia de clase la del ladrón, que no quiere que el sereno sufra la humillación de ser hallado a la mañana siguiente en medio de sus propias heces. Usarle el baño al gerente también puede ser una proclama revolucionaria.

Todo ello para poner en evidencia que hablamos poco de los baños. Tal vez es el último tabú, que, con cierto desparpajo, es tratado en una nueva revista estadounidense: Facility. Slate la describe como una revista sobre baños, que no está online y que se basa en una premisa importante: hablar de los baños significa hablar de la sociedad.

Para hablar de temas escabrosos y afrontarlos de manera original e interesante hacen falta inteligencia y coraje, y según Slate, es lo que a Facility le sobra. Su campo de acción es todo aquello que puede suceder dentro de un baño, privado o público, desde las operaciones de limpieza hasta el consumo de medicamentos. El baño público es “un microcosmos de la cultura en general”, se dice a modo de lema. Supongo que en eso estamos todos de acuerdo.

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En el primer número hay una investigación sobre las rutinas matutinas y se indaga sobre las alternativas a la ducha cuando no se tiene tiempo para tomar una, y un artículo habla de la glicerina, ingrediente fundamental de las cremas hidratantes. No falta el análisis político: hay un extracto de un proyecto web, The Capitalist Bathroom Experience, que considera el baño desde el punto de vista de la lucha de clases. Hubo un tiempo, recuerda el artículo, en que los obreros tuvieron que combatir, entre otras cosas, por el derecho de ir al baño. Y también hubo un tiempo en que las mujeres, para usar los baños públicos, debían pagar (para los hombres era gratis).

Facility, subraya Slate, es en sí misma una lectura para el baño: se disfrutaría mucho menos leída en la pantalla de un smartphone. Hay una entrevista a un plomero acerca de los variados y bizarros incidentes que puede atravesar quien ejerce ese oficio, seguida de una anécdota sobre los hábitos de Enrique VIII, que en pleno siglo XVI solo usaba toallas de terciopelo. Y también poesías sobre el tema –o mejor dicho, sobre las marginales consecuencias del tema.

A manera de elogio incondicional, Slate la describe como “un curso para extraterrestres sin intestinos, un modo de comunicarles qué significado tienen esos cuartos en nuestras oficinas y casas y cómo se insertan en nuestro tejido social”.