La historia disparatada del hombre que muerde al perro se vio ampliamente superada el otro día con la historia del hombre que atropelló a un auto. La pena es que, además de disparatada, fue obscena y fue indigna, toda vez que se trató de un gendarme intentando fraguar un accidente que serviría, de inmediato, para incriminar y culpar.
Existen muy diversas formas de oponerse al kirchnerismo: una es defender los valores de la República; otra es denunciar corruptelas; otra es acomodarse en algún otro lugar del vasto justicialismo; otra es engorilarse y plegarse a las metafísicas del ruralismo; otra es dedicar dos tercios del día a insultar a la Presidenta de la Nación; otra es creer ver oficialistas por todas partes y someterlos a improperios cargados de depravación; otra es no alegrarse de que Carlotto haya encontrado por fin a su nieto.
Yo, por mi parte, he elegido desde un comienzo esta otra: atender a las escaladas de los conflictos obreros y fijarme, en tales casos, quién se pone de qué lado. Concretamente: quién se ubica (lo diga o no) del lado de los intereses de los empresarios, o del lado del proceder a veces fraudulento y a veces criminal de las así llamadas fuerzas del orden, o del lado de los burócratas sindicales, o del lado de las patotas que protegen y a la vez ejecutan el poder de esos burócratas sindicales. Y quiénes se ubican, en cambio, realmente del lado de los trabajadores, de sus luchas y de sus derechos.
La considero la forma más resuelta y verdadera de oponerse al gobierno actual, y a cualquier otro avatar del peronismo.