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Paranoia

Emil Kräpelin (1856-1926), el fundador de la psiquiatría comparada, caracterizó a la paranoia como el “desarrollo insidioso, dependiente de causas internas y en evolución continua, de un sistema delirante, duradero e imposible de quebrar, que se instaura con conservación completa de la claridad y el orden en el pensamiento, la voluntad y la acción”.

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Emil Kräpelin (1856-1926), el fundador de la psiquiatría comparada, caracterizó a la paranoia como el “desarrollo insidioso, dependiente de causas internas y en evolución continua, de un sistema delirante, duradero e imposible de quebrar, que se instaura con conservación completa de la claridad y el orden en el pensamiento, la voluntad y la acción”.

Heredero crítico de esa tradición, Sigmund Freud (1856-1939) asimiló “la paranoia crónica en su forma clásica” a un “modo patológico de defensa, como (...) los estados de confusión alucinatoria. Las personas se vuelven paranoicas porque no pueden tolerar ciertas cosas”. En su lectura de 1911 de las Memorias de Daniel Paul Schreber, Freud intentó demostrar que la paranoia funcionaba como mecanismo de defensa contra “ciertas cosas” como la homosexualidad. El coronel Freud, que consideraba que el conocimiento teórico, a diferencia del conocimiento paranoico, estaba libre de ese pánico, escribía en 1910 a un amigo: “He triunfado allí donde el paranoico fracasa”.

En 1936, Lacan pensó que es la “dialéctica social”, sencillamente, la que “estructura como paranoico el conocimiento humano” y que el juego de lo imaginario es revelador de una “estructura ontológica del mundo humano que se inserta en nuestras reflexiones sobre el conocimiento paranoico”. Por eso el lacanismo llegó a proponer el psicoanálisis como una paranoia controlada, y por eso, seguramente, encontró en Argentina una ecología sorprendentemente amigable para su desarrollo: la canción de la tierra que aquí no cesa de hacerse oír es un coro de paranoias descontroladas.

El Gobierno nacional acaba de anunciar el plan redistributivo que le reclamábamos desde hace meses en esta columna. La paranoia más bien tímida de quien escribe (ningún pánico) dicta la línea narrativa (imaginaria) de que en las altas esferas del poder se nos lee. Luego se supo que habría sido el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, quien propuso, en un mensaje electrónico enviado al ministro Alberto Fernández, “el esqueleto primordial del Programa de Distribución Social” que fue anunciado el lunes pasado: las retenciones a la renta agropecuaria que superen el 35% serán distribuidas a las provincias “con algunos parámetros que garanticen equidad”.

El paranoico flaquea: no se lo lee en la corte real, sino en un principado. Sea. Busca en el Boletín Oficial el decreto 904/08 que establece que con el 60% de lo recaudado se construirán hospitales públicos y centros de salud, con el 20% se crearán viviendas y el 20% restante se destinará a mejorar caminos rurales. A un promedio de retenciones del 41%, los nuevos excedentes impositivos alcanzarán a 800 millones de dólares en 2008 y 1.300 en 2009. Pero el decreto no aparece publicado en la página de Internet, de modo que el paranoico se pregunta cuál será el mecanismo constitucional de distribución de esos dineros (cuyos destinos aplaude sin titubeo).

No le queda sino recurrir a la palabra presidencial: “hemos decidido la desentralización total” de ese presupuesto “de la misma forma que está descentralizada el 93% de la obra pública nacional”. Al paranoico lo sorprende la puntualización de una resignación tan años-noventa en la intervención de los rumbos de la patria, pero más todavía lo admira una decisión tomada sobre algo que ya existe (como quien dijera: hemos decidido que el sol se ponga cada día). Porque la descentralización es el objetivo de la coparticipación federal impositiva, ¿no? ¿O eso forma parte de otro complot, que al paranoico se le escapa por una distracción de su pánico?