La semana pasada escribí sobre el patético episodio Ibarra, editado y ambientado por la TV, el gran ojo que construye lo verosímil. La campaña electoral vulgariza el trabajo de los actores. Cualquier pelafustán puede actuar (ya sea de candidato o de extra). Actuar no es patrimonio exclusivo del arte, y en el teatro se da hoy un fenómeno puntual, no importa cómo lo llamemos; sea postdrama, o sea que declaremos la muerte del “drama”. Pero el problema de fondo es el mismo en teatro o en política: ¿qué se representa en una representación?
“Paren de representar” parece ser no sólo una indignada proclama popular sino también el eslogan de Mi vida después, la obra de Lola Arias en el Teatro Sarmiento. Allí –como en cualquier obra– hay seis actores. Pero en vez de representar a personajes imaginados por un autor, se presentan a sí mismos y cuentan su historia, y la de sus padres. La elección de estas seis voces no es azarosa; Lola no cree del todo en la suerte del ready-made. La muerte en combate del papá de Carla, guerrillero del ERP, tiene infinitas versiones; Carla lee su última carta por enésima vez, y luego golpea bombos y platillos, transformando la energía emocional de su drama en una presentación sin analogía: es lo más desolador que veré este año. Vanina es hija biológica de un agente de la Policía de Inteligencia, apropiador de su hermano Juan, no biológico. Blas es hijo de un cura; Mariano, de un desaparecido militante en la JP. Pablo tiene sangre de alcurnia, de Leopoldo Lugones, y es hijo de un gerente de banco intervenido por los militares (¿y quién baila ese malambo a través de Pablo, su abuelo y su padre?); Liza tuvo que nacer en México ya que sus padres se exiliaron. ¿Qué historia cuentan? ¿Qué recorte violento, incómodo, inmediato de la Argentina flota en la sala con tan impúdica furia? Aunque el punto de vista esté tomado de antemano (es inevitable) aquí sucede algo fascinante; algo en las antípodas de la farsa politiquera que reina afuera. Es el cruce (siempre violento, siempre huidizo) entre la historia de un país y la historia de algunos individuos de un país. Es política de verdad, sin la bobera del embalaje. Es teatro.