Paren el mundo; me quiero bajar”. Este grito genial, que sintetiza la perplejidad, el hartazgo, la impotencia y el temor de un sujeto ante una situación global que lo desborda, se lo debemos, cuándo no, a la pequeña Mafalda. Fue proferido hace más de cuatro décadas, en tiempos en que la guerra era “fría”; progresaba el Estado de Bienestar en muchos países occidentales desarrollados, se consolidaba la Unión Europea y la economía mundial aún crecía.
Pero en el mundo “sub”; en América Latina, Asia y Africa, desde donde Mafalda protestaba, proliferaban entonces las dictaduras, guerrillas, guerras anticolonialistas, apharteid, torturas, terrorismo, hambrunas, desigualdades. En el Norte, el grito de Mafalda habrá sonado como una feliz humorada; en el Sur, como una síntesis entre la razón y las emociones humanas.
Hoy, en cambio, muchos de los que se bajarían del mundo viven en Estados Unidos, país presidido por un megalómano belicista, racista, misógino, inescrupuloso y medio loco, con el dedo sobre el botón nuclear y apoyado por buena parte de la población. La primera potencia mundial gobernada por un populista semejante; la extrema derecha creciendo o anunciándose en casi todos los países centrales.
¿Cómo se llegó a esto? Luego de circunvalar el mundo desarrollado desde los ’70, la crisis económica y financiera acabó en 2008 instalándose en su corazón: los Estados Unidos y Europa. Entretanto, Rusia y China pasaron de ser el sueño comunista al sueño capitalista: economías de libre mercado controladas por Estados omnipotentes. Ni sindicatos libres, ni libertad de prensa, ni equilibrio de poderes. El capitalismo se encontró con que sus democracias competían en desventaja con regímenes autoritarios que guardaban del comunismo el control político y social, pero adoptaban el espíritu y los modos de producción y competencia comercial del capitalismo.
Al mismo tiempo, explotaron las innovaciones tecnológicas y científicas aplicadas a la producción. Resultado: tendencia irrefrenable al desempleo masivo universal, aumento exponencial de las desigualdades, desenfrenada especulación financiera, crisis recurrentes y cada vez más graves. Y allí están Donald Trump, el derrumbe de los partidos tradicionales en Europa y hasta en los países escandinavos. La Unión Europea en peligro; el Estado de Bienestar y las democracias retrocediendo en casi todas partes. ¿Remember 1929?
En el mundo “sub”, después del espejismo de los préstamos financieros y la instalación de multinacionales que aprovechando las ventajas de la tecnología huían de los altos salarios, impuestos y exigencias de los países desarrollados, el “crecimiento” devino pesadilla. En la mayoría de ellos el populismo y la corrupción, el desorden de las democracias de fachada, eran una vieja práctica. Así, los préstamos y las inversiones se evaporaron; aumentaron la ignorancia y la pobreza. Se expandió y profundizó la influencia política del narcotráfico.
Las excepciones son pocas: Chile, Uruguay, Israel, Corea del Sur, Canadá, los escandinavos y algún otro. Pero a todos los van alcanzando las consecuencias de la revolución tecnológica y la crisis mundial de demanda realmente solvente; emanada de la producción y no de la especulación financiera.
Y así va hoy el planeta. Cruentas guerras y enfrentamientos internos en Medio Oriente, Asia y Africa. En América Latina, graves crisis económicas, políticas y sociales en Venezuela, Brasil, Argentina, México. El esperpento populista y la política en niveles de corrupción nunca vistos; asesinatos masivos, desmadre institucional. Desborde migratorio mundial. Trump a trompadas con la prensa, el cambio climático y el Estado protector; con Corea del Norte, Rusia, China y hasta con Gran Bretaña y la Unión Europea. El dedo nuclear le debe estar temblando.
En fin, que cambiamos el mundo, o puede que el mundo acabe bajándonos a todos.
*Periodista y escritor.