Me imagino que Todo es Historia debe estar preocupada. Para quien no la conozca (¿pero quién no conoce Todo es Historia?), es una revista sobre hechos históricos, de divulgación, aunque no carente de pretensiones intelectuales. Supongo que debe estar preocupada –es más, me atrevería a decir que debe estar no preocupada sino muy preocupada– por la aparición de un gran competidor, que tiene todo para dejarla sin lectores: El Grupo Clarín. Clarín no informa sobre nada de lo ocurrido desde 2015 en adelante. Nada más viejo que el diario de ayer, dice el refrán, imagínense todo un tremendo multimedio dedicado solo a cosas que pasaron hace diez años. El pasado hecho presente como forma precisamente de ocultar el presente, por supuesto. No se trata ya del par información/desinformación, sino lisa y llanamente del encubrimiento de lo que está pasando. Todo me hace acordar a un viejo chiste de infancia: ¿Cómo se oculta un elefante en la calle Florida? En el medio de otros diez elefantes… Ahora sería: ¿Cómo se ocultan todos los desastres posteriores a 2015? Hablando solamente de lo que pasaba antes (y de paso con eso solo, sin mucho más, tal vez ganen las elecciones).
Mucho más allá del periodismo en su versión terminal (porque de eso estamos hablando: del periodismo convertido en máquina de guerra, sin metáfora alguna: máquina de guerra real), la temporalidad es uno de los grandes temas del pensamiento desde siempre. Y pocas reflexiones más agudas que la de Giorgio Agamben en ¿Qué es lo contemporáneo? Partiendo del Nieztche de las Consideraciones intempestivas, Agamben define el presente de este modo: “La contemporaneidad es, entonces, una singular relación con el propio tiempo, que adhiere a él y, a la vez, toma distancia; más precisamente, es aquella relación con el tiempo que adhiere a él a través de un desfasaje y un anacronismo. Aquellos que coinciden demasiado plenamente con la época, que encajan en cada punto perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por ello, no logran verla, no pueden tener fija la mirada sobre ella”.
Esa distancia, ese desfasaje con nuestro propio tiempo, se opone radicalmente al ocultamiento del presente para solo hacer presente el pasado como máquina de guerra electoral. Agrega Abamben: “La contemporaneidad se inscribe, de hecho, en el presente marcándolo sobre todo como arcaico y solo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las marcas de lo arcaico puede serle contemporáneo”. La posibilidad de salirse de su tiempo, tal como lo expresa Agamben, implica que “ser contemporáneos significa, en este sentido, volver a un presente en el cual nunca hemos estado”. El presente es siempre lo abierto, el reservorio de potencialidades futuras y de memorias pasadas, memorias que se reactivan bajo el modo del conflicto. El presente es espesura, densidad intelectual, pliegue. Nunca es plano, unidireccional, escolar, modo de construcción típico de los medios. Después de analizar un poema de Mandelstam, Agamben añade que “percibir en la oscuridad del presente esta luz que busca alcanzarnos y no puede hacerlo, ello significa ser contemporáneo”. El presente es también imposibilidad.
Si ser contemporáneo reside en la capacidad de sustraerse a nuestro tiempo, ser contemporáneo implica también desconfiar, combatir, boicotear la lógica de los grandes medios.