COLUMNISTAS

Pasado y presente

Esto ya lo escribí alguna vez, o quizá varias veces, pero todavía se puede repetir, aún mantiene vigencia: me gustan los libros que llevan en el título la palabra “nuevo”, o “actual” o “último”. Son libros que rápidamente pierden actualidad, que muy pronto envejecen, que, encontrados años después en alguna librería de viejo, dan testimonio de lo que fue la literatura en el pasado, en alguna época lejana, en la prehistoria.

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Esto ya lo escribí alguna vez, o quizá varias veces, pero todavía se puede repetir, aún mantiene vigencia: me gustan los libros que llevan en el título la palabra “nuevo”, o “actual” o “último”. Son libros que rápidamente pierden actualidad, que muy pronto envejecen, que, encontrados años después en alguna librería de viejo, dan testimonio de lo que fue la literatura en el pasado, en alguna época lejana, en la prehistoria. Y sin embargo, hay en esa palabra –en la palabra “nuevo”– la huella de una ilusión, un resto irreductible, el indicio de que las cosas pudieron ser de otro modo. Y después, claro, está lo nuevo realmente existente: la novedad como el motor del capitalismo, como la estrategia banal del marketing cotidiano, como el valor de cambio de la economía del deseo del consumo. Lo nuevo que no renueva nada.

Tengo una larga biblioteca de libros que llevan ese tipo de título, tantos que cambio de favorito semana a semana. Mi último predilecto es Poesía alemana de hoy, publicado por Sudamericana en 1967, con autores tan nuevos en el presente como Paul Celan, Ingeborg Bachmann, o Nelly Sachs (de Celan, Rodolfo Alonso y Klaus Dieter Vervuert traducen Fuga de muerte, ¿será ésta la primera traducción al castellano de uno de los grandes poemas del Siglo XX? No lo sé, pero merecería serlo). Pero hay una excepción. Hay un libro que, como ningún otro, lleva la palabra “nuevo” en el título sin cumplir con la regla del envejecimiento prematuro. Al contrario, lo nuevo del título resiste como una roca irrompible, como un núcleo duro al que nadie accede, como una aporía, como la violencia latente de la literatura. Lo nuevo de ese libro resiste, pero no como una resistencia en el sentido psicoanalítico, como lo que se resiste a cambiar; sino a la inversa: resiste como el cambio mismo, como lo que viene a renovarlo todo en cada lectura, en cada relectura: Por una nueva novela, de Alain Robbe-Grillet, publicado originalmente en francés en 1961 (aunque compila artículos escritos mayormente en los años 50), traducido varias veces al castellano, la más reciente en la editorial Cactus, con pie de imprenta en Buenos Aires en abril de 2010.

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Cada uno de los ensayos que integran el libro ha sido decisivo para el desarrollo posterior de la literatura. Y su actualidad es tal, que nada de lo mejor que se escribió luego –y de lo que se escribe hoy mismo– está fuera de su influencia. Por supuesto en la herencia francesa (es decir, en Jean Echenoz y en el Nouveau nouveau roman de la editorial Minuit), pero también en el habla hispana: entre nosotros es el nexo secreto entre Saer y Aira, es la condición de posibilidad para Chejfec, es el telón de fondo de Poesía civil de Sergio Raimondi, y es la carta robada de Glaxo, de Hernán Ronsino, para citar unos pocos casos. Y nada importa si estos u otros autores cercanos a ellos, no leyeron a Robbe-Grillet. La afirmación debiera ser la inversa: Robbe-Grillet sí los leyó a ellos, los anticipó. Por una nueva novela es un incorruptible modo de leer y de entender la literatura contemporánea en lo que tiene de radical, de heterodoxa, de novedosa. En el primer artículo se encuentra la clave de todo el libro, la notación de la escritura hoy: “Narrar para hacer creer se ha vuelto sospechoso”. Y luego: “No es la anécdota lo que fracasa, es solamente su carácter de certeza, su tranquilidad, su inocencia”. Y a ese derrumbe (el derrumbe de la falsa ingenuidad de la trama), Robbe-Grillet lo data históricamente: “Después de Flaubert, todo comienza a vacilar”. Para terminar, como corresponde, señalando la dimensión política de la literatura: “En lugar de ser de naturaleza política, el compromiso es, para el escritor, la plena conciencia de los problemas actuales de su propio idioma”.