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Pasado y presente

Adoptando, como adoptó, el formato de género de la novela histórica, José Mármol en Amalia hacía del rosismo un asunto que, en apariencia, quedaba en un pasado remoto.

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Adoptando, como adoptó, el formato de género de la novela histórica, José Mármol en Amalia hacía del rosismo un asunto que, en apariencia, quedaba en un pasado remoto. Emulaba a Walter Scott, eso está claro; pero con esa emulación lograba un efecto de lejanía, un efecto de historicidad. Amalia, como novela histórica, convertía en historia a Rosas: le imprimía un carácter pretérito. Pero lo cierto es que la novela se publicaba en 1851, que Rosas estaba todavía en el poder, que el rosismo era puro presente, que los hechos eran contemporáneos.

Algo análogo parece hallarse en el comienzo de El matadero de Esteban Echeverría: se dice “en aquel tiempo”, se dice “la mía es historia”; se escribe como si lo narrado correspondiese a un pasado distante. Pero como se estima que ese cuento se escribió entre 1838 y 1840, la distancia cronológica era ficcional en sí misma, la verdad es que ese mundo existía en ese mismo momento (postergada la publicación del relato hasta 1870, sucedió un hecho asombroso: la ficción se había vuelto real, la historia ahora era historia de veras).

La literatura, así, no inventaba los hechos verdaderos del pasado: les inventaba un pasado a los hechos verdaderos del presente; abordaba su presente, la realidad de su presente, para convertirla narrativamente en pasado. El rosismo parecía exigir eso, el rosismo se diría que imponía esa urgencia (Sarmiento, con Facundo, en 1845, lo logró de otra manera, acaso más admirable: relegó al pasado al Rosas del presente, contando en tiempo futuro la realidad política del país, contando como porvenir una nación que todavía no existía).

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Hasta que Rosas, por fin, y el rosismo, terminaron por ser realmente un pasado. Pasado suprimido o rescatado, repudiado o reivindicado, según los casos, los momentos, los enfoques. El otro día, excavando el suelo para construir un edificio nuevo en Moreno 550, se hallaron restos de lo que fue una residencia de Rosas: casa de gobierno, cisterna de aljibe, vajilla. La orden inmediata de suspender la obra para dar intervención a los expertos en preservación del Patrimonio Histórico fue inmediatamente desacatada por el ávido constructor, que no logró contener su ansiedad y acabó dañando parte del azaroso hallazgo.

Ese pasado que tanto y tanto se quiso dejar atrás, no estaba atrás: estaba abajo. Literalmente aplastado, literalmente escondido, subterráneo en sentido estricto, yacimiento literal. Hacer del presente un pasado, proeza de nuestra literatura, ahora nos sirve acaso para eso: para percibir, en el presente, el sustrato del pasado, como suelo que se pisa, como base, como pilar, como sedimento.

La pretensión general de que el pasado como tal ya no exista, el intento de abolirlo a golpes de obstinada ignorancia, sirve siempre a la destrucción, así sea construyendo.