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Pasajero en tránsito

Vi al japonés que está viviendo hace casi tres meses en el aeropuerto Benito Juárez del DF mexicano. En un bar de las salas de embarque, haciendo tiempo entre dos vuelos, vi a unos chicos que se sacaban fotos junto a un hombre dormido.

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Vi al japonés que está viviendo hace casi tres meses en el aeropuerto Benito Juárez del DF mexicano. En un bar de las salas de embarque, haciendo tiempo entre dos vuelos, vi a unos chicos que se sacaban fotos junto a un hombre dormido. Me pareció una falta de respeto. Primero uno, después otro. Con el segundo flash el tipo se despertó y los chicos se fueron rápido, casi asustados, como si se hubieran sacado una foto junto a una fiera dormida. Ahí me di cuenta de que era el célebre Hiroshi Nohara. Su historia rebotó en la prensa mundial porque está viviendo en el aeropuerto hace meses como el personaje de La terminal, de Spielberg. Al parecer, puede tomarse el avión a Japón, pero se queda y no sabe por qué. No le hablé. No sé japonés y él parece medio harto de los curiosos.
Creo que llama la atención la idea de alguien que decide quedar congelado en la velocidad, guarecido en la impersonalidad de la condición de pasajero en tránsito, en esos espacios que llaman no lugares, donde la gente pasa tan fugazmente que se vuelve invisible, como en las fotos donde el obturador queda abierto tanto tiempo que la escena sale vacía, sólo se ven los objetos fijos y los transeúntes desaparecen. Quizá sea un símbolo de la alienación actual, la soledad de un náufrago global, aislado en un sitio que es todos y no es ninguno. Nohara duerme en posición vertical, porque los aeropuertos tienen un mobiliario perverso que impide acostarse. Hay largas filas de asientos con apoyabrazos fijos en cada butaca para que la gente no se acueste. Está prohibido dormir en el piso. El personal de seguridad despierta a los pasajeros que se desmayan de sueño sobre la alfombra.
El aeropuerto es la arquitectura del insomnio