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Pavese piloto

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Después de una catástrofe, el sobreviviente trata de establecer un equilibrio entre el recordar demasiado y el recordar demasiado poco. Los recuerdos pueden volvernos locos. De los que sobrevivieron a los campos de exterminio nazis, “sólo aquellos que consiguieron olvidar pudieron vivir largo tiempo, y los que poseían una memoria óptima murieron” (quien dice esto es el escritor israelí Aharon Appelfeld).

W.G. Sebald afirma en Sobre la historia natural de la destrucción (1999) que la devastación de las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial no encontró lugar en la conciencia de los escritores alemanes. Los que, como él, nacieron después de la guerra, no pudieron confiar en el testimonio de los escritores. Eso lo indujo a investigar por qué éstos no querían o no podían describir la destrucción de las ciudades alemanas. No resulta fácil refutar la tesis de que los alemanes no consiguieron llevar al papel los horrores de la estrategia de destrucción de los aliados, pero tampoco resulta fácil refutar que es estúpido esperar de los testigos presenciales una descripción de esos hechos, como las descripciones que a Sebald satisfacen plenamente, las de los corresponsales de guerra de los grandes diarios norteamericanos.

Lo sorprendente es menos eso que el hecho de que Cesare Pavese, cincuenta años antes, le haya respondido al alemán de un modo implacable en un artículo titulado Tienen razón los literatos: “Se dice que después de los tumultos, las atrocidades, las apocalípticas esperanzas y las caídas de la historia reciente, es casi vergonzoso que nuestros narradores no sepan renovar su equipaje, sus contenidos, las cosas que tienen que decir, para dar al mundo unos libros donde el sano escalofrío de la experiencia enriquezca las páginas. Alguien, más bien, habla de esto como de un deber. El llamado es sincero, lleno de buena fe. Pero a nosotros nos parece ingenuo”.

Según Pavese, quien invita a los escritores a dar en cuenta de las novedades cotidianas de la crónica olvida que la gesta napoleónica tardó medio siglo en materializarse en Guerra y paz. En la crítica dirigida a los escritores está implícita la presunción de que contando de ciudades destruidas la literatura resultaría más rica, más verdadera o, como se dice, más humana. “No se niega a nadie el derecho de escogerse los argumentos que cree, no se pretende que sea un mérito asistir neutrales e impasibles a la tragedia cotidiana de una guerra, simplemente se quiere aclarar que la profunda humanidad, la vena auténtica, la franqueza del arte, tienen raíces no en la cantidad o enormidad de los hechos sufridos sino solamente en la mente y en el corazón, en la claridad de la mirada, en el monótono y martillante recuerdo. […] Cuando se toma en la mano la pluma para narrar en serio, todo ya ha sucedido, se cierran los ojos y se escucha una voz que está fuera del tiempo”. Sebald no entendió nada. Tampoco le hacía falta leer a Pavese. En Matadero cinco hubiera encontrado la respuesta que le habría ahorrado frustraciones: “Después de una matanza sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda en silencio para siempre. Solamente los pájaros cantan. ¿Y qué dicen los pájaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza; algo así como pío-pío-pí."