En estos días se discute cuánto poder tiene la Presidenta. Los no kirchneristas se aterrorizan (el masoquismo también es una fuente de placer) al verla como una reina omnipotente capaz de hacer todo y más. Los kirchneristas, al descubrir que la palabra hegemonía que usaban contra los medios ahora se les aplica a ellos, tratan de mostrar que no es tan así porque se compensa la casi desaparición del poder de la oposición en el Congreso con la resistencia de los poderes permanentes, los no electivos, como –nuevamente– los medios, parte de la Justicia y parte de los empresarios. Aunque partes cada vez más pequeñas, incluyendo los medios.
Más allá de que al Gobierno le guste hablar de la/s Corpo/s como el verdadero poder, el “permanente”, los poderes no electivos terminan cambiando de mano cuando el poder electivo es hegemónico porque no resisten continuos embates sin el apoyo de la división de poderes (electivos). Y no sería excesivo reducir el problema, o su origen, a la falta de una oposición que pueda ser alternativa de gobierno.
El poder (siempre relacional) es el resultado de sumas y restas entre fuerzas que contraponen. Si Menem, en muchos aspectos alguien verdaderamente impresentable, con una economía menos favorable para la Argentina, obtuvo 51% de los votos en su reelección, en el 54% de Cristina Kirchner no está su hegemonía sino en haber logrado que la oposición se fragmentara en cuatro sectores con cantidad de votos comparables y no en dos, como había sido frente a Menem cuando había un peronismo disidente y un no peronismo. Dos se podían llegar a juntar, como sucedió con la Alianza; cuatro es más difícil. Agregando dos complejidades: que se suma para fragmentar el PRO de Macri, que abreva en ambas fuentes: la del peronismo disidente y la del no peronismo; y que el peronismo disidente de los 90, al ser progresista, era más afín al no peronismo mientras que el peronismo disidente actual produce discordias con el radicalismo o el socialismo, como lo demostró De Narváez.
Que la oposición (electiva) sea tan débil tiene también una explicación kirchnerista y otra no kirchnerista. O se podría decir: una que culpa al Gobierno y otra que lo exime (como dijo Laclau: ¿qué culpa tiene el Gobierno de una oposición tan débil?). La que acusa al Gobierno es muy simple: los argumentos de la explicación que responsabiliza a la propia oposición por su pequeñez son una consecuencia de un contexto provocado por la vocación hegemónica del kirchnerismo. Causa o consecuencia, vale la pena su análisis.
El pacto tácito entre la gente que vota y la oposición que recibe sus votos es que serán oposición para luego ser otra cosa y no para ser oposición toda la vida. Que la oposición es un tránsito hacia el gobierno. Si los votantes perciben que la oposición no quiere hacer los esfuerzos necesarios para ganar y que se siente muy cómoda siendo oposición, algo del pacto se rompe.
Esta crítica les cabe a todos. El caso de Carrió es el más emblemático porque pasó de ser la fuerza de la oposición más votada en 2009 a la menos votada en 2011 y porque su evidente rechazo a cualquier puesto ejecutivo (podría haber sido jefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) dejó al descubierto que aunque se candidateara para presidente prefería el papel de fuerza testimonial en el Congreso. Duhalde y Rodríguez Saá son otro ejemplo evidente de candidatos cuya felicidad se reducía a tener una cuota de protagonismo que les permitiera mantener cierta vigencia. Lo mismo Binner, que también por edad el año 2015 le está casi vedado, sabe que el socialismo sin el radicalismo no podría ser alternativa de gobierno pero se lo percibe inmensamente satisfecho con el 15% que le permitirá recordar que una vez fue el segundo argentino más votado a presidente. En la franja etaria opuesta, Macri no se dedicó en serio a construir territorialmente fuera de la Capital y sus zonas de influencia; quizá nunca lo hubiese logrado porque construir un partido nacional es una tarea de décadas que normalmente excede el ciclo de vida de una persona, pero en cualquiera de los casos demostró que no tuvo esa voluntad de poder y también se sintió muy feliz siendo reelecto en la Ciudad. Y en el caso de Alfonsín, al revés de los cinco políticos anteriores, donde el candidato es más que su partido, hay que analizar a los radicales y no a su cabeza de fórmula: el radicalismo está también satisfecho siendo la segunda fuerza en el Congreso Nacional y con la vasta red de intendentes y desarrollo territorial de la UCR, por eso las internas son más vibrantes y disputadas que las elecciones presidenciales.
Una de las señales donde se percibe que todos los partidos de oposición asumen que seguirán siendo partidos de oposición es el foco principal que colocan sobre el republicanismo al momento de denunciar al Gobierno. No es que sea un tema menor, pero obviamente es mucho mayor para aquel que está en la oposición y se imagina que seguirá estando. Quizá el peronismo se ha preocupado menos por el republicanismo porque siempre se vislumbró al frente del Poder Ejecutivo.
La preocupación de la oposición por el republicanismo y la denuncia al peronismo gobernante por su incumplimiento emparenta a la oposición con los medios. No es que los periodistas se hicieron políticos, sino que muchos políticos se hicieron periodistas e hicieron de la denuncia y la crítica su única razón de ser. La sociedad les pide a los periodistas que sean ese perro guardián (por lo menos se lo pedían antes y se lo siguen pidiendo en todas las democracias más o menos avanzadas del mundo). Pero el papel de la oposición no es la queja sino la construcción de una alternativa de poder. Quizá la proliferación de los medios audiovisuales hizo que muchos políticos confundieran su papel de elenco estable de programas de televisión, casi “periodistas”, con el de políticos. Confusión que aprovechó Néstor Kirchner para confundir a los medios con partidos políticos, aunque, como bien ha demostrado el resultado de estas elecciones, son actividades que comparten el foco de interés pero muy poco tienen que ver en sus prácticas