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Peras y añoranzas

Clint Eastwood tiene casi 90 años y Aira apenas 70, pero los dos empezaron sus largas carreras en los setenta

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Ayer terminé de leer El presidente, la última novela de César Aira, y me puse a ver La mula, la última película de Clint Eastwood. No es la primera vez que la contigüidad me lleva a comparar peras con añoranzas, pero creo que tienen bastante en común. Eastwood tiene casi 90 años y Aira apenas 70, pero los dos empezaron sus largas carreras en los setenta. No solo largas sino prolíficas: Aira pasó las cien novelas (cortas) mientras que Eastwood se acerca como director a las cuarenta películas (largas).

Para ser longevo y prolífico hace falta un método que no haga el trabajo artístico demasiado desgastante y evite que cada película o cada libro tengan una gestión traumática o estén ahogados por una obsesión por los detalles. En literatura, no intentar que cada frase luzca una pieza de orfebrería, pero tenga un sereno deslizarse; en el cine, no hacer de cada plano una imagen memorable sino viva y apacible. Tanto en cine como en literatura, que el todo no sea una estructura perfecta en la que cada parte ocupa su lugar y que la historia no se parezca a un ejército que se encamina a un desenlace triunfal.

Aira ha contado más de una vez que su sistema de escritura consiste en sentarse cada día en un café para llenar un par de páginas sin un plan prefijado. Una idea inicial da lugar y así hasta completar unas cien páginas (a veces un poco más si la intención es publicar en un sello multinacional). En el caso de El presidente, se nota como pocas veces. Solo una vaga línea argumental (las desventuras de un presidente argentino sin ambición, pero resuelto a engrandecer el país que no puede resolver sus problemas íntimos y cuyo estilo de gobierno es dejar que los dilemas se resuelvan solos) liga a cada capítulo con el siguiente. En cada uno, Aira imagina una situación distinta, que lo lleva a reflexiones de un grado de abstracción variable. El libro tiene un no final programático, que liga al presidente con el escritor: “Los que iban hasta el final y se jactaban de hacerlo bien, con sonoros acordes de toda la orquesta, lo hacían para disimular que no habían hecho lo suficiente antes. (...) No estaba en sus intenciones acumular méritos.”

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En La mula, Eastwood (cuyo método fue siempre filmar rápido y no excederse del presupuesto) hace de un florista dedicado, irregular esposo y padre de familia, tan malo para tomar decisiones como el presidente de Aira, que a los noventa años se pone a traficar con gran éxito cocaína para un cártel mexicano, con las complicaciones que eso puede tener para la trama. Pero Eastwood las elude de tal manera que el final sorprende al espectador preguntándose por qué llegó hasta allí sin necesitar el suspenso, dejándose llevar por la sucesión de viajes en camioneta de un nonagenario que canta con la radio sin que la película padezca de un “conflicto central”, ese monstruo narrativo que tanto odiaba Raúl Ruiz. Aira sitúa El presidente en un punto lejano del siglo XX, mientras que el personaje de Eastwood vive en el presente, aunque él está fuera de la era digital. Y hay mil analogías más entre un escritor experimental que cuenta cuentitos de la mente y un director de Hollywood que siempre supo que el cine es un viaje placentero. Pero se acaba el espacio, así que les dejo la tarea de encontrar los otros parecidos.