El ajuste sigue su curso. El ministro de Economía –en honor a la verdad Axel Kicillof debería ser presentado como ministro de Economía, Devaluación e Improvisación– va jalonando su gestión con nuevas medidas de corte ortodoxo que impactan negativamente en el poder adquisitivo del ciudadano. Esta semana ha sido la quita parcial de los subsidios al consumo de agua y gas. Al ser aplicada en el contexto de inflación y estancamiento por el que atraviesa la economía argentina, esta medida, que tiene fundamentos correctos –hay mucha gente de muy buen pasar que nunca debió haber recibido ningún subsidio–, habrá de afectar los ingresos de muchas personas cuyos bolsillos vienen encogiéndose desde hace ya varios meses. Por ello fue irritante apreciar cómo Kicillof, en vez de hablar del impacto de la quita de los subsidios, perdía el tiempo inútilmente enojándose y discutiendo con algunos colegas sobre la semántica del vocabulario a emplear por los medios a la hora de presentar la información.
El mismo juicio vale para el Aló Presidenta de la tarde-noche del jueves pasado, en el que Cristina Fernández de Kirchner se dedicó a intentar convencer a los afectados por esta medida que esto no sería un ajuste. Es evidente que la patológica visión de la realidad que reina en la Babel de Olivos no tiene cura: creer que los ciudadanos están más preocupados por la forma de titular de los diarios que por la penuria económica que experimentan en sus bolsillos es subestimar el coeficiente intelectual de la gente.
Una de las cosas insólitas que señaló Fernández de Kirchner es que entre los objetivos de esta medida está mantener la competitividad de las empresas argentinas hacia las cuales estarán, a partir de ahora, direccionados los dineros que se ahorren. Es decir que, en definitiva, la ciudadanía cargará sobre sí la pesada tarea de subsidiar en parte a las industrias. Es el mundo al revés. Algo anda mal en la economía para que ocurran cosas como estas.
La historia dice que esta quita de subsidios iba a tener lugar en los primeros meses de 2009. Sin embargo, a causa de las reacciones negativas que se produjeron tras el anuncio, hecho además en el marco de la contienda electoral de junio de aquel año, el matrimonio Kirchner decidió dar marcha atrás con la iniciativa. Hubo un segundo intento de imponer esta medida a poco de comenzar el segundo mandato de Fernández de Kirchner. Fue entonces que el 22 de febrero de 2012 ocurrió la tragedia de la estación Once y todo quedó, otra vez, en la nada.
Hablando de este hecho, la declaración judicial de Ricardo Jaime en la que adjudicó un nivel de responsabilidad máxima al ministro de Planificación, Julio De Vido, inquietó a más de uno dentro del Gobierno. Jaime no fue cualquier funcionario. Su cercanía con Néstor Kirchner lo hizo conocer muchos de sus secretos. Y entre esos secretos, muchos tienen que ver con los hechos de corrupción sucedidos durante el tiempo en el que el acusado de hoy supo desempeñarse como secretario de Transporte. Como señala Omar Lavieri en su libro El Rekaudador, en esos tiempos la Secretaría de Transporte era considerada la gran caja del kirchnerismo.
La solución del conflicto docente en la provincia de Buenos Aires ha traído alivio político. Sin embargo, hay que subrayar que los alumnos de las escuelas públicas bonaerenses han perdido un mes entero de clases. Es una pérdida irrecuperable. Hay otras provincias en las que el ciclo lectivo tampoco ha comenzado. Del mismo modo, es claro que en esas comarcas los alumnos no recuperarán el tiempo perdido. Esto demuestra que en la Argentina hay lugares en los que la educación, lejos de ser una herramienta de igualación social, termina reciclando la desigualdad. Este es un problema estructural al que toda la dirigencia política, social y empresarial debería dedicarle una atención mayúscula si es que el objetivo de lograr una sociedad con mayor inclusión y movilidad que haga de la Argentina un lugar más vivible se acerca a un ideal y no a una quimera.
A Daniel Scioli el kirchnerismo lo quiere cada vez menos. A Sergio Massa directamente lo detesta. En el ideario de La Cámpora y compañía –es decir, Cristina y su círculo íntimo– anida un deseo oculto que todos desmentirán: el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015. Para el oficialismo, eso sería preferible a una victoria de Scioli o de Massa. El razonamiento que emana de esas mentes atribuladas es simple: si Massa o Scioli ganaran, se quedarían con el peronismo, circunstancia que dejaría al kirchnerismo sin sustento político y, por ende, sin poder, alternativa fatal para sus sueños de supervivencia. No es novedad que son muchos –cada día más– los sectores del peronismo en los que a La Cámpora no se le profesa ningún cariño.
“Me siento un poco la madre de todos los argentinos”, dijo, inefable, Fernández de Kirchner en su Aló Presidenta del jueves. Curiosa frase, porque en los hechos, los ciudadanos y ciudadanas que no comparten el pensamiento presidencial no han recibido hasta aquí de parte de ella un tratamiento siquiera parecido a lo maternal. Una madre quiere a todos sus hijos. A lo largo de sus dos mandatos ha quedado claro que la Presidenta quiere sólo a quienes son sus seguidores y a quienes le rinden sumisión. Para los que no se encuadran en esas categorías, en cambio, lo que ha habido es desprecio y descalificación. En fin, he aquí otra de las irrealidades del relato K.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.