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RECONCILIACION FRANCOALEMANA

Perdón a los culpables

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¿Castigar a quién? ¿A criminales individualizados, a colectividades cómplices, a grupos de individuos herederos de aquellos criminales o, con mayor frecuencia, de aquellas colectividades? Resulta chocante que algunos asesinos y torturadores, todavía vivos, puedan llevar una vida tranquila y confortable. Sin duda, buscarlos, perseguirlos, detenerlos y someterlos a juicio, sería mostrar respeto por la memoria de las víctimas y por la de los sobrevivientes. Seguramente fue necesario que existiera un Simon Wiesenthal, una Beate Klarsfeld, para detectar y atrapar a los criminales, aun envejecidos. Pero no estamos obligados a admitir que esa es la traducción más fecunda de la memoria en acción. El pedido de justicia puede estar unido de dos maneras diferentes a la memoria: Barbie podía permanecer en Bolivia sin que las torturas y las deportaciones cayeran en el olvido. Hacerle un juicio a Maurice Papon pudo tener como objetivo llamar la atención sobre algunas complicidades que la nación en la que se produjeron se niega a tomar en consideración. De todas formas, la sanción exigida por los crímenes del pasado y las complicidades del pasado, sólo es legítima si no se yuxtapone a la indulgencia ante los crímenes de hoy: un gobierno que exalta la memoria a través de un juicio, pero permanece silencioso frente a las matanzas que se perpetran en otros países, no manifiesta un sentido muy profundo de la justicia.

El grado de culpabilidad de una colectividad étnica, religiosa o nacional, merece discutirse, siempre que se recuerde el momento en que el crimen fue cometido, siempre que se evite tornar artificialmente homogéneo al grupo, mediante el recurso simplificador del artículo determinado: los musulmanes, los católicos, los turcos, los alemanes. Pero en general, la memoria se sigue ejerciendo cuando el crimen ya es viejo, en todo caso, más viejo que la mayoría de las personas vivas pertenecientes al grupo culpable.

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La cuestión de la culpa hereditaria no se superpone al problema mucho más difícil del perdón. Sólo existe grandeza en el perdón de la víctima al verdugo, del torturado al torturador, se trate del perdón otorgado al criminal triunfante en nombre de un amor ilimitado, o del perdón que beneficia al criminal vencido, porque la víctima no tiene interés en vengarse, ni siquiera de castigar, y ve a su verdugo como un producto de condicionamientos que lo llevaron a proceder así. Pero el perdón no está a disposición de los sobrevivientes, de los que no fueron víctimas. El perdón es también algo que puede pedir el culpable. No sólo para obtener una remisión de la condena. Mejor: para proclamar su falta y pedir ser relevado de ella. Es lo que el creyente le pide a Dios, no sin haber perdonado antes a quienes lo ofendieron a él. Se trata de ofensas interpersonales. En el caso de las colectividades, la situación es diferente: la cuestión de un perdón que se concede a los herederos de un grupo criminal no debería plantearse. No hay nada que perdonarles a los jóvenes alemanes o turcos de hoy: sólo se les debe exigir que tengan conciencia de los crímenes infligidos anteriormente, en nombre del pueblo al que pertenecen, a otro pueblo, al que esa memoria debería llevar a conceder un respeto especial. En cambio, el pedido de perdón posee una verdadera grandeza cuando es formulado por un inocente que se solidariza con una falta colectiva, e incluye en su pedido hasta a los herederos de la colectividad culpable. Eso ocurrió cuando Willy Brandt se arrodilló ante el monumento del Gueto de Varsovia.

Las confusiones sobre el concepto de perdón oscurecieron el concepto de reconciliación. Resulta abusivo hablar de reconciliación franco-alemana en cuanto a la segunda posguerra, y más aún de reconciliación entre judíos y cristianos, como las Iglesias lo hacen últimamente con frecuencia. Se sugiere una idea de reciprocidad en la ofensa que llevaría a la reciprocidad de un perdón. Pero Francia no le hizo ningún daño a la Alemania de Hitler y ¡tampoco se ve realmente que los judíos tengan que ser perdonados por los cristianos! Hablar de reconciliación era más legítimo para Francia y Alemania durante los años veinte y, sin duda, lo es para los israelíes y los palestinos de hoy. Argumentar sobre la culpabilidad, sobre la falta colectiva, su memoria, las ideas de perdón y reconciliación, supone que se le otorgó un valor a una actitud intelectual: la búsqueda de coherencia en el juicio moral, antes que en el análisis.


*Politólogo, sociólogo y periodista alemán. Autor del libro El Crimen y la Memoria (Ed. El Ateneo).