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Defensor de los Lectores

Periodismo ciudadano, pero...

La creciente participación del ciudadano común en la tarea de difundir acontecimientos –una maravillosa actividad hasta no hace mucho reservada sólo a los periodistas– ha venido modificando, y mucho, el formato de llegada a los grandes públicos, muchas veces de manera impensada.

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DOCUMENTO. Es lo que logran los informantes espontaneos. | cedoc

La creciente participación del ciudadano común en la tarea de difundir acontecimientos –una maravillosa actividad hasta no hace mucho reservada sólo a los periodistas– ha venido modificando, y mucho, el formato de llegada a los grandes públicos, muchas veces de manera impensada.

El llamado periodismo ciudadano es, aún hoy, observado de reojo por los veteranos en este oficio, y su amplitud y su carencia de códigos y regulaciones abrieron un debate no cerrado. En estos días, por poner sólo ejemplos relativamente pequeños, en las redes sociales y a partir de ellas, por un rebote viral en medios tradicionales como diarios, radios, canales de noticias y sitios web, la sociedad pudo conmoverse, indignarse y comentar públicamente: 1) un evidente abuso de autoridad de policías sobre un niño, que no llegó a mayores por la intervención de un hombre común que enfocó su celular y filmó la situación de creciente violencia institucional; 2) la muerte de un delfín en Santa Teresita por cierto grado de estupidez humana; 3) la emotiva defensa de un hombre común, que no dudó en abrazar, contener, proteger a un vendedor ambulante africano que hacía su trabajo en Mar del Plata cuando la policía incautó su mercadería. Estos tres casos fueron visibilizados, justamente, por eso que se ha dado en llamar periodismo ciudadano, actividad que el sitio Cibercorresponsales.org define como “movimiento periodístico en el que son las ciudadanas y los ciudadanos quienes se convierten en informadores/as”.

Este ombudsman debe confesar que la aparición y el crecimiento de este fenómeno siguen produciéndole sensaciones duales: por una parte, aplaude lo libérrimo del empleo de instrumentos como internet para democratizar, horizontalizar el acceso a la información; por otra, le inquieta la ausencia de regulaciones éticas que muchas veces llevan al error, a la manipulación o al mensaje subyacente.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Es muy interesante recordar un episodio que le tocó vivir en marzo de 2012 a quien era por entonces el Defensor del Lector del diario El País de Madrid, Tomàs Delclós. Una lectora y periodista madrileña, Lourdes Baeza, escribió: “No puedo menos que entristecerme cuando desde las páginas de El País leo frases justificando el periodismo ciudadano. Lamento no estar de acuerdo en que sea tan saludable como usted pretende hacernos ver. Más bien todo lo contrario. Se ha convertido en un instrumento más de manipulación ciudadana por parte de gobiernos y entidades sin escrúpulos. A las pruebas me remito. La famosa bloguera de Damasco (N. de R.: era en realidad un estudiante norteamericano llamado Tom MacMaster), que resultó no ser tal; miembros del FBI infiltrados en Anonymous; imágenes que dan la vuelta al mundo como noticia y que resultan ser fruto de una burda manipulación; gobiernos que se hacen pasar por activistas que escriben en la web e intoxican con informaciones falsas... Todo eso lo hemos vivido. Si la prensa está en crisis y no puede permitirse tener a un profesional en el lugar de la noticia para que nos haga de parapeto ante esos intentos de manipulación, díganlo tal cual. Pero no intenten justificar o teñir las carencias informativas con un falso halo de libertad porque la realidad es que la falta de profesionales donde se produce la noticia empobrece una profesión que, en lugar de ofrecer un hueco a ese debate en internet y a las nuevas tecnologías, se ha dejado seducir por la inmediatez y los bajos costes que ofrece la red para maquillar un producto que nada tiene que ver con la prensa de prestigio, seria y rigurosa que los ciudadanos se merecen”.

No puedo menos que coincidir con la lectora quejosa, porque justamente es esa postura generalizadora la que ha llevado a innumerables casos de mala praxis. Es precisamente entonces que se hace imprescindible poner sobre las participaciones de ese “periodismo ciudadano” un ojo más atento. En su respuesta a Baeza, Delclós no evade su opinión; acepta que hay casos como los expuestos por la lectora, “casos muy lamentables de fraude y mentira”, pero aclara: “En otros casos, la cobertura ciudadana de un hecho no se produce porque falten profesionales. Se produce porque inevitablemente éstos llegan más tarde o se les impide el acceso por parte de las autoridades con ánimo de silenciar un hecho (…). La existencia de este periodismo ciudadano no debe sustituir la tarea de los reporteros, pero deben estar atentos al mismo. Y la ruptura del monopolio en la intermediación periodística sigo creyendo que es saludable”.

Entonces: bien por el aporte de los improvisados “periodistas” ciudadanos cuando a ellos se suman con oficio los periodistas verdaderos, los buenos hacedores de este oficio.