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Defensor de los Lectores

Periodismo fraudulento

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Será aventurado calcular hoy cuánto habrá de pagar la prestigiosa revista norteamericana Rolling Stone a la fraternidad estudiantil Phi Kappa Psi de la Universidad de Virginia cuando haya sentencia en el juicio que ésta le acaba de iniciar, tras comprobarse que una pormenorizada, cruda nota publicada, era lisa y llanamente falsa. El caso es muy interesante y permite sumar uno más a la abundante (demasiado) colección de fraudes periodísticos que golpean con dureza sobre la credibilidad de medios habitualmente considerados “serios”. Son dos las cuestiones, entonces: una, ésta que acabo de mencionar, la seriedad que la opinión pública adjudica a medios considerados confiables; otra, las consecuencias económicas que el mal ejercicio de esta profesión puede provocar en la empresa editora, muchas veces de tal magnitud que la obliga a quedar en la cuerda floja.   

El caso: la periodista Sabrina Rubin Ederly entregó a Rolling Stone  una nota en la que Jackie, estudiante de la universidad citada, relataba cómo había sido violada por siete miembros de esa fraternidad durante una fiesta. La revista publicó el artículo con el título de tapa “Una violación en el campus”, leído por millones tras viralizarse en internet. Hubo protestas de la universidad y cuestionamientos de otros medios, entre ellos The Washington Post. La dirección de RS pidió entonces una investigación independiente a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, que concluyó en la falsedad de la nota publicada y la ausencia, en el desarrollo del trabajo de Eberly y de la conducción editorial, de mínimas garantías de confiabilidad: no se chequearon datos esenciales, no se investigó en sedes policiales o judiciales, no fueron confrontados testimonios de las amigas de Jackie; ni siquiera se confirmó que la fiesta hubiese tenido lugar.  “El fracaso –señaló el informe de la UC, con un total de 12 mil palabras– incluye reportaje, edición, supervisión editorial y comprobación de los hechos”. La auditoría fue lapidaria; dos ejemplos:

  • El artículo socava el trabajo contra la violencia sexual, al difundir “la idea de que muchas mujeres inventan acusaciones de violación”.
  • “Rolling Stone se escondió detrás de la sensibilidad que les despertó la historia de Jackie para sus justificar sus fallas de procedimiento”.

Will Dana, editor en jefe de la revista, describió el informe como una “lectura dolorosa”, aunque anunció que no habría despido alguno por semejante estafa a los lectores.

Otros casos. Decía en el comienzo de estas líneas que el caso descripto –ocurrido entre noviembre, fecha de la publicación, y pocos días atrás al conocerse el informe de la Universidad de Columbia– se suma a un catálogo abundante de fraudes periodísticos. Algunos para recordar:

  • Judith Miller, con 28 años de trabajo en The New York Times, aceptó publicar datos falsos aportados por el gobierno sobre supuestas compras de uranio y armas químicas por Irak, argumentos centrales en las cruentas invasiones norteamericanas a ese país. Finalmente, renunció, pero el mal ya estaba hecho.
  • USA Today, uno de los diarios líderes en Estados Unidos, reconoció que uno de sus periodistas estrella, Jack Kelley, falsificó, inventó o maquilló 720 artículos de política internacional escritos entre 1993 y 2003.
  • Stephen Glass se hizo célebre en la revista estadounidense The New Republic, a la que ingresó a los 23 años. Quedó al garete cuando escribió sobre un inexistente hacker quinceañero, imaginariamente contratado por una multinacional como consultor. Su fraude llegó al cine en el film El precio de la verdad. Tras investigar, The New Republic comprobó que al menos 27 de las 41 notas publicadas por Glass contenían datos falsos.
  • Janet Cooke tiene hoy 60 años. El 27 de noviembre de 1980, The Washington Post publicó un dramático artículo suyo titulado “El mundo de Jimmy”, en el que la periodista narraba la historia de un niño de 8 años que desde los 5 consumía heroína y había sido introducido en el mundo de las drogas por el compañero de su madre. Cooke ganó el Pulitzer de ese año por su artículo, pero tuvo que devolverlo cuando Benjamín Bradlee, ejecutivo del Post, la puso en evidencia tras hacer que la interrogaran sobre su veracidad.

La cuestión del fraude periodístico –por acción, por omisión, con intencionalidad o sin  ella– es parte esencial en la búsqueda de una mejor y confiable práctica de este oficio. Es imprescindible chequear datos, emplear diversidad de fuentes, confrontar informaciones, detectar incoherencias o inconsistencias y –de manera central– obligarse desde las mesas de edición a un ejercicio de gimnasia cotidiana: el diálogo cuasi docente con los autores de las notas y el análisis profundo de los textos que éstos entregan.

En periodismo, el crimen (el fraude) no paga.