Las noticias políticas vuelven a ocupar los espacios más destacados de los medios de comunicación y eso se relaciona no sólo con las elecciones legislativas del 28 de junio sino con el carácter plebiscitario que el kirchnerismo le está dando a esa contienda. Según el oficialismo, será un voto a favor o en contra no sólo del gobierno de Cristina Kirchner sino también del ciclo iniciado por su marido, en 2003.
La estrategia plebiscitaria del oficialismo impregna la campaña con un tono grave y oscuro, casi trágico, del tipo “Nosotros o el caos”, y divide el espectro en amigos y enemigos. Quienes están con el kirchnerismo son considerados amigos y quienes no lo están, se convierten en enemigos y deben esperar un tratamiento acorde.
Todo muy coherente con un estilo político que, hasta la derrota del año pasado en la larga pulseada con el campo, venía dando muy buenos resultados al oficialismo.
Un estilo y una estrategia que también se derrama sobre el periodismo, y que todo indica que será peor a medida que avance la campaña electoral. Cuando este tipo de contiendas políticas son transformadas en batallas en la que están en juego ideales o intereses supremos, los diversos grupos políticos tienden a convertir a los periodistas y a los medios de comunicación en instrumentos bélicos, para derribar enemigos o, al menos, para deteriorarlos.
En realidad, en la Argentina y en el resto del mundo, el periodismo nació vinculado a la política, como expresión de las ideas y los intereses de grupos determinados que perseguían el poder “sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado”, según la definición de Max Weber de 1919. En aquel año, en pleno “invierno revolucionario”, Weber dio una conferencia a universitarios en Munich que luego se transformó en un libro muy conocido: El político y el científico, en el que hurga sobre estas dos profesiones modernas.
En la opinión de Weber, uno de los padres fundadores de la Sociología, la relación original del periodismo con la política se debe a la importancia que tenía la palabra impresa en esa actividad. Ahora, la política se juega también en otros campos de la comunicación, como la radio y, fundamentalmente, la TV.
A pesar de los años transcurridos, las palabras de Weber sirven para iluminar la siempre compleja relación entre políticos y periodistas. Según este pensador alemán, “quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines o al poder por el poder”, pero no lo hace en soledad sino en grupo; la política es una actividad gregaria, con lo cual aparece el primer llamado de atención para los científicos y los intelectuales (incluidos los periodistas) que quieran supeditar su actividad a la política: lo primero que perderán es la libertad, ya que deberán trabajar para los intereses del grupo.
Hay varios ejemplos en estos días de cómo el Gobierno influye en la agenda de los periodistas afines: no se trata de machacar sobre cualquier político, sino de aquellos que, en teoría y según las encuestas, pueden hacer peligrar el triunfo de Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, más allá de las culpas que puedan tener los adversarios del oficialismo. Lo mismo sucede con Marcelo Tinelli. Era un amigo y un aliado para el Gobierno; incluso Néstor le había prestado el despacho presidencial para ridiculizar a su antecesor Fernando de la Rúa, pero ahora está siendo atacado frente a su anunciado retorno al humor político.
La otra observación de Weber que, tal vez, habría que tener en cuenta en estos casos de pegoteo entre políticos y periodistas es que la política es una actividad muy noble pero para la cual hay que tener mucho temple y una vocación a toda prueba. “Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder”, dice él. Y agrega: “Quien busca la salvación de su alma y la de los demás, que no la busque por el camino de la política”.
*Editor jefe de Perfil y autor de Operación Traviata.