El credo peronista tiene tendencia a la redundancia. ¿Cómo se entiende, si no, que exista quien se
proclama “peronista de Perón”? ¿Y cómo entender que Perón, el propio Perón, dijera de
sí mismo que él era no ya Perón, sino peronista? Es posible considerar también, sin embargo, que
esta clase de insistencias responden en definitiva al hecho evidente de que existen tantos
peronismos que no se puede ya decir que se es peronista sin más.
Existen varios peronistas, y existen varios Perón (¿lo uno con lo otro? ¿lo uno por lo
otro?). Salta a la vista este hecho en el debate suscitado por el proyecto de erigir una estatua
del tres veces presidente de los argentinos en las inmediaciones de la Casa Rosada. Impulsan ese
afán peronistas de vieja data como Cafiero o como Pepe, que no vacilan en la imperiosa necesidad de
rendir por fin ese homenaje, pero sí acerca de la configuración que puede o debe adoptar la noble
efigie. Se elevará una estatua de Perón, sí, pero ¿de qué Perón? ¿Una estatua del coronel del
pueblo? ¿Una del descamisado de los años cuarenta? ¿Una ecuestre y sanmartiniana, con el famoso
caballo pinto? ¿O una estampa del exilio, con caniche y voces grabadas?
Evita en su momento no suscitó tales dudas. Por algo de ella con tanta firmeza se cantaba y
se cantó: “No rompan más las bolas, Evita hay una sola”. Su estatua cobró la forma de
un hada bella y celestial. Emplazada en las proximidades de otra estatua, la del Papa Juan Pablo
II, se deja impregnar santamente por un vaho de religiosidad. Con la nave de la Biblioteca Nacional
de trasfondo parece revisar la célebre opción peroneana sobre libros y alpargatas. Y asunto
resuelto.
Con Perón en cambio hay más dilemas. Se llamó a concurso y se impuso un proyecto: una enorme
cabeza de Perón, inspirada en las esculturas olmecas, con una bandera argentina detrás. El proyecto
ganó, pero no conformó. De una manera finalmente muy peronista la idea ganadora fue vetada y
eligieron a dedo una alternativa diferente. La estatua será de cuerpo entero y remitirá al Perón
del 74: el viejo Perón, el del regreso, el que habló a la Plaza por última vez. Habrá que ver
entonces si a la estatua le pondrán o no un vidrio antibalas por delante. Y habrá que ver qué
efecto produce, por asociación epocal, sobre los montoneros de entonces, que ahora, recorren el
área. ¿Se sentirán acaso, de cara a la imagen, expulsados de la zona, urgidos a partir en masa y
hacia un costado?
Las estatuas son la continuación de la política por otros medios.