Estoy muy concentrado en mi oficina, en la productora, escribiendo la columna de Perfil. Creo que esta vez va a salir algo bueno, finalmente. Pero de repente entra Moira, mi secretaria, a los gritos.
—Te llaman del Ministerio de Seguridad por un cóctel, preguntan si vas a ir –me dice, mascando chicle exageradamente.
Me quedo mirándola, sin entender nada.
—Escuchame, ¿no te enseñaron que cuando hay una puerta hay que golpearla? –pregunto, tratando de disimular toda la bronca que tengo.
—Disculpá, pensé que era algo urgente –dice Moira.
—¿Cuán urgente puede ser un cóctel en el Ministerio de Seguridad?
—No sé, tal vez es un cóctel molotov –responde Moira, riéndose.
—Ah, encima me cargás…
—Capaz están festejando que esta semana no le hackearon la cuenta de Twitter a la ministra… –sigue Moira, como si nada, mordiendo su chicle.
—Sí, o capaz lo que festejan es que la ministra sigue en el cargo –agrego.
—Como sea, ¿vas a ir? –pregunta Moira.
—¡Qué sé yo si voy a ir! –grito con toda la furia contenida.
—Bueno, no te enojes, yo sólo te informaba…
—¡No me dejás concentrar! –sigo, enfurecido–. ¡No podés interrumpirme así! ¡Tengo que terminar mi columna ya, la están esperando, estoy hasta las tetas!
—Epa, epa, epa… –dice Moira, como retándome.
—¡¿“Epa” qué?! –pregunto, y sigo a los gritos.
—Ojo con lo que decís.
—¡¿Qué dije?!
—Tetas.
—¡¿Y?!
—Y no se puede decir “tetas”.
—¡¿Qué?! –sigo furioso.
—Tres patrulleros se movilizaron para obligar a taparse a tres chicas que estaban haciendo topless en Necochea. Imaginate si vos decís “tetas” en el diario…
—Uy, estamos hasta las tetas…
—Sí, claro, reíte –dice Moira–. Vas a terminar preso.
En ese momento entra a mi oficina Carla, mi asesora de imagen.
—¡No me digas que por fin se va a hacer justicia en este país! –dice Carla con una sonrisa.
—¿Por qué?
—No sé, escuché que vos ibas a ir preso y me ilusioné.
—¡Dejá de criticarme! –me quejo–. Necesito entregar ya mismo mi columna y ustedes lo único que hacen es interrumpirme. Estoy con el tiempo justo.
—¿Te están apurando en el diario?
—No, con los tiempos del diario vengo bien. El problema es que se me está por cumplir el límite de cuatro horas diarias para usar la computadora. Y sin aire acondicionado creo que en cualquier momento me voy a desmayar.
—Eso sí que es jodido –dice Carla.
—Dice que está hasta las tetas –agrega Moira–. Pero le digo que no se puede hablar de tetas.
—Error –corrige Carla–. Hablar de tetas sí se puede. Lo que no se puede es hablar de pezones.
—¡Shhhh…! –dice Moira, llevándose el dedo índice, vertical, hacia los labios.
—¿Viste? –asiente Carla–. Lo de siempre. Estamos ante el gran malentendido, el gran tabú, el gran dilema de este país.
—¿Cuál? –pregunto.
—El pezonismo. El hecho maldito en el país silicona.
—Eso es mucho más apasionante que cualquier discusión sobre el terrorismo de Estado durante los años 70 –digo.
—Sí, aunque al pezonismo le estaría faltando una cara visible –agrega Moira–. Los defensores de la dictadura tienen a Aldo Rico, tienen a Victoria Villarruel…
—¿Quién? –pregunto.
—Victoria Villarruel, la Ivo Cutzarida del terrorismo de Estado –responde Carla.
—¿Por qué Aldo Rico aparece siempre? –pregunta Moira.
—Porque siempre hace falta agitar temas importantes, como las tetas o el terrorismo de Estado en los 70, para no concentrarnos en temas menores como el fin de las cuotas o los aumentos de precios y de tarifas –dice Carla.
—También está el tema del helicóptero presidencial –agrego–. Macri usó el helicóptero de Presidencia para trasladar a su familia desde Punta del Este, donde estaban de vacaciones.
—¿Eso está mal? –pregunta Moira–. Digo, es la familia del Presidente…
—No, lo del traslado de la familia presidencial me parece una pelotudez –dice Carla–. Lo que no sé si está muy bueno es que al lado del helicóptero presidencial, cuando aterriza, haya una camioneta del banco suizo donde se supone que el Presidente tiene cuentas.
—Dicho así, suena un poco desprolijo, es verdad… –concedo.
—Sí, es verdad, pero mucho más desprolijo es trasladar la plata en bolsas y esconderlas en bóvedas en Santa Cruz –dice Moira–. Se te llenan los billetes de tierra, es un asco. En cambio, una camioneta con el logo de un banco suizo es mucho más chic, mucho más top, mucho más European style…
—¿Macri no va a decir nada sobre esa camioneta? –pregunto.
—Por supuesto –responde Carla–. Va a declarar ante la Justicia.
—¿Cuándo?
—Cuando deje de ser presidente, obvio. Como Cristina.
—¿Y podría ir preso?
—Depende de lo que le convenga a quien entonces sea presidente –responde Carla–. Como pasa con Cristina.
—¿Y qué va a pasar con Cristina? –pregunta Moira.
—Hay dos opciones: o va presa o es candidata.
—¿Y eso de qué depende? –pregunto.
—De las encuestas –responde Carla–. Hoy Cristina es la única candidata segura que tiene el oficialismo para intentar ganar una elección.
—¿Vos decís que Cristina es oficialista?
—¡Por supuesto! –responde Carla.
—¿Y quién sería opositor?
—La realidad.
—O sea que el oficialismo estaría muy solo –digo–. Aranguren, Sturzenegger, Bullrich, Cristina… no serían candidatos muy sólidos para ganar en octubre.
—Pero también tienen aliados poderosos: el cirujano violador, la policía antitopless, el debate sobre los 70…
—¡Esos son temas menores! –me quejo.
—No para los medios ni para la opinión pública –dice Carla–. Y justamente se trata de eso.
—No estoy de acuerdo –dice Moira–. Y creo que les puede salir el tiro por la culata.
—No entiendo –digo.
—Se meten con las tetas, se meten con las cuotas… ¡están bombardeando la esencia misma de la argentinidad!
—No te creas –dice Carla–. Lo hacen porque saben que la gente eligió otras cosas para reemplazarlas.
—¿Vos decís que la gente eligió algo para reemplazar las cuotas?
—No, yo digo que hace rato que la gente eligió algo para reemplazar la pasión por las tetas.
—¿Qué cosa? –pregunto.
—La pasión por los culos –concluye Carla–. El topless puede perseguirse, las cuotas pueden terminarse, la luz puede ser más cara que el caviar. Pero en esta culocracia, el colaless no se negocia. Ni siquiera cuando parece que vuelve el pezonismo.