El fin de cada año llega acompañado del frenesí por hacer cosas que uno no hizo antes, de compromisos a los que no se puede ni debe faltar por más que nos invada el desgano o la falta de motivo para celebrar. Y también es tiempo de elecciones, de exponer a la máxima figura de la temporada, de distinguirla y de justificar la premiación. Tengan peso específico o no –eso según quién lo evalúe–, los Olimpia que otorga el Círculo de Periodistas Deportivos ya forman parte de la tradición dentro de la “patria deportiva”.
El método es el usual: primero se escoge una terna de candidatos y de ellos surge “el elegido” de cada disciplina, que será premiado este 18 de diciembre. Los ganadores de cada especialidad, luego, quedan habilitados para recibir el Olimpia de Oro, el máximo trofeo al deportista del año. Y a propósito de recompensas y selecciones, lindo dilema plantea el rugby, con los Pumas como protagonistas de uno de los impactos más conmocionantes de 2007 con su tercer puesto en el Mundial.
¿A quién distinguir cuando uno de los valores más nítidos que expusieron los Pumas fue el sentido de equipo? ¿Por qué centrar en una sola persona el suceso de un grupo que basó todo su éxito en la solidaridad de sus integrantes? “Por hábito, el Círculo de Periodistas no premia equipos”, fue la lacónica
respuesta ante esta situación que, por lo excepcional, merecería al menos una revisión.
En fin, en rugby los ternados son Agustín Pichot, Juan Martín Hernández y Felipe Contepomi, miembros de un restringido combo que bien pudo haber incluido –por su altísima prestación y no tanta fama– a Patricio Albacete y Rodrigo Roncero, considerados ambos como los mejores del planeta en sus puestos específicos de segunda línea y pilar, respectivamente.
Pero quedémonos con los “tres mosqueteros” que fueron designados, cuyos ejemplos sirven para graficar aquello de la generosidad y de la renuncia a los intereses personales para fortalecer “el equipo”.
El capitán Pichot, muchas veces criticado en el ambiente del rugby por su gran exposición mediática, fue el indiscutido motor del proyecto “el mejor Mundial de todos los tiempos”. De su inquieta mente salió la mayor parte de las ideas para una preparación de alto rendimiento, de su fuerte personalidad surgieron los planteos a los dirigentes para que respaldaran a un equipo que, ellos, los propios jugadores, sabían que estaba para dar el gran salto. De su conocimiento del juego irrumpieron algunos detalles que
ayudaron al cuerpo técnico a elaborar los planes de cada partido. De su picardía y experiencia aparecieron las circunstancias ventajosas en cada compromiso, absorbiendo la presión de otros, dialogando con los árbitros e irritando a los rivales. Por último, y como si esto fuera poco, de su sagacidad, de su técnica y de su talento se armaron las circunstancias más felices del seleccionado.
Tomemos ahora a Felipe Contepomi como paradigma de la solidaridad. El doctor Felipe era el N° 10 natural del equipo post era Gonzalo Quesada. Lo fue en muchos test matches y su categoría de crack, ya en Europa, lo impulsó a ser el apertura-estrella de unas de la mejores líneas de backs del mundo: la del
Leinster irlandés.
Sin embargo, en los últimos años de su carrera Puma, a Felipe le aparecieron dos contendientes en la lucha por el puesto: Federico Todeschini, uno de los pateadores más efectivos del planeta, y también Juan Martín Hernández, sencillamente un crack.
Ya un par de meses antes del Mundial, Felipe sabía que no luciría la N° 10 que, finalmente, recayó en el prodigioso Hernández… El mellizo Contepomi se calzó la casaquilla 12 sin chistar, tratando de adaptarse rápido a la función de primer centro y, además, tuvo otro desafío adicional: al quedar su hermano Manuel como el otro inside titular, fue Felipe el que corrió a la posición de segundo centro en defensa, para que el otro mellizo se sintiera más cómodo y no quedara tan expuesto en una tarea a la que Manuel no era tan
afín por más coraje que pusiera en cada intervención.
Juani Hernández la tuvo más fácil en términos de adaptación al puesto. Siempre fue N° 10, por más que las necesidades de sus últimos equipos (los Pumas y Stade Français, de París) lo obligaran a jugar como fullback.
Sin embargo, Hernández tuvo otra conducta, otra predisposición que bien merece destacarse. Subordinó todo su talento y su capacidad de inventiva sin igual a los intereses de un equipo granítico en defensa y pragmático en ataque. Por eso pateó tanto a las nubes, a los espacios y a los laterales.
Juani, con las cualidades increíbles que tiene, bien pudo haber buscado alternativas de lucimiento personal, de “morfarse” más la pelota, de buscar la jugada sobresaliente. Y sin embargo autocensuró su brillantez para ponerse al servicio de los requerimientos de la calculada estrategia argentina.
A pesar de “los renunciamientos”, los tres la rompieron en el Mundial, haciendo, al mismo tiempo, que el legado sea más fuerte. El equipo por encima de los egos. Por qué, entonces, premiar, contranatura, a la individualidad, cuando el mensaje de los Pumas, desde los hechos y los ejemplos, fue claro y contundente: todos fueron uno.