Pude confirmar una teoría que tengo desde los veinte años: los ancestros de la gente que vive en La Paz, Bolivia, vinieron del espacio. En un viaje largo de casi dos años, cuando tenía veintiuno, recalé en La Paz en dos ocasiones, en una, subiendo, para terminar en el Amazonas, y luego, bajando, como decía Alan Parsons (“Todo lo que sube, tiene que bajar”) en su disco Pirámide. Dormí en la calle, recorrí las barriadas de esa ciudad fantástica buscando comida, libros, gente para hablar de cualquier cosa. Los bolivianos fueron generosos, solidarios. Acabo de regresar a La Paz después de 27 años y me vienen a buscar al aeropuerto mi amigo y editor Fernando Barrientos y un hombre que maneja un remís, un tipo genial que me aconseja, por la altura, “moverse despacito, comer poquito y dormir solito”. Como trae un tubo de oxígeno, por si se me complica, lo bautizo como Jean-Michel Jarre. Nadie, en su sano juicio, puede querer vivir en estas alturas, bajo esta presión, salvo, claro, que vengas del espacio. La arquitectura de La Paz, construida en las montañas, con el Inti Illimani nevado en un costado, es de una belleza de otro mundo. Picnic extraterrestre es una novela de los hermanos rusos A. y B. Strugatsky, en la que Andrei Tarkovski se basó para hacer Stalker, la zona. Habla de los residuos que dejan hombres del espacio en la Tierra después de hacer un picnic. Nosotros la leemos como ciencia ficción; en La Paz, seguro, como realismo.