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silbando bajito

Pizza, poder y revolución

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Lo poco que sé del poder y de cómo se ejerce lo aprendí a través de un relato y de una módica experiencia como subordinado. El relato lo escuché hace una treintena de años, y me lo contó un amigo que era amigo de una persona que protagonizó la experiencia. El amigo de mi amigo militaba con cierto suceso en una pequeña organización izquierdista, cuyas lumbreras principales, los del comité central, decidieron hacer una reunión ampliada para “bajar línea” y estimular a los militantes más destacados mostrándose ante ellos en todo el fulgor de sus presencias. La bajada de línea implicaría una rotunda modificación de los encuadramientos seguidos y debía obrar para los presentes ampliados como toda una revelación y un mandato. Pues bien: llegado el momento, el secretario general de la organización, o el adjunto, o el adjunto del adjunto, anunció que esa modificación implicaba nuevas tácticas y estrategias para la toma del poder. “Si antes”, dijo, “nuestra política se expresaba con la frase ‘del campo a las ciudades’, ahora la nueva línea dice ‘de los centros rurales a los centros urbanos’”. En ese momento, el amigo de mi amigo no pudo contener la risa y dijo: “¡Pero camarada, es lo mismo!”. Entonces, el secretario –general, o adjunto, o adjunto del adjunto– se le arrimó y le pegó un sopapo.
Lo otro lo aprendí en la redacción de un semanario.. Cada tanto me tocaba escribir una nota de tapa, lo que me volvía durante unas horas una especie de objeto móvil de las miradas ajenas, ya que la revista no cerraba hasta que esa nota cerraba. No era inusual que nos quedáramos hasta la madrugada, rodeados de grasientas cajas de pizza donde se iban retorciendo y enfriando pedazos de muzzarella. Cada tanto, el director del medio venía y me preguntaba cómo iba, si tenía la información, si ya había empezado a escribir. Yo, con mi estúpido amor por la verdad, le decía que no, que no tenía nada, que todavía no había empezado. En vez de cachetearme, el director me miraba como si hubiera visto a un marciano y se iba silbando bajito. A la tercera vez que hice eso, vino uno de mis compañeros de trabajo y me dijo: “Cuchame una cosita, al director le decís siempre que está todo bien, todo resuelto. Al director no le llevás problemas”.
Me acuerdo de esto recordando que frase similar dicen que se dice respecto de Cristina, preguntándome cómo gobernará, hoy por hoy, Zannini.