Al final ganó Macron y toda Europa respira aliviada. De hecho, creo que de haber sido francés yo también lo hubiera votado. Pero no puedo menos que darle la razón a Mélenchon cuando dijo que en el ballottage había que elegir entre “la extrema derecha y la extrema finanza”. Así va el mundo por allá (y también por acá, por otra parte). Diego Vecchio, desde su penthouse en el barrio de Bastilla, me mandó un WhatsApp en el que, refiriéndose al resultado electoral, ironizaba: “Ayer fue coronado Edipo Rey, con una pirámide en el fondo, ¡en una estética muy Copi!... ¡Al menos nos salvamos de Medea!” (reproduzco la conversación con autorización del autor). Y luego, él también respiraba aliviado: “Al menos escapamos a lo peor (Medusa o Fillon). Con los tiempos que corren, no me quejo”. Es interesante la referencia a Copi. Como muchos habrán visto, Macron armó su puesta en escena triunfal frente a la pirámide del Louvre, en una ceremonia que, de tan solemne, resultó francamente ridícula. Copi publicó La pirámide en 1975 en el célebre sello Christian Bourgois, editorial que en ese entonces daba cabida a los mejores textos de la contracultura francesa y extranjera, y que más tarde apostó por escritores que yo nunca hubiera publicado (primera traducción al castellano, en Confines, Nº 4, julio de 1997). La pirámide es la mejor obra de teatro de Copi. Una comedia de enredos negra, irónica y brutal en la que una reina, una princesa, una rata y un jesuita se persiguen en una pirámide casi en ruinas, muertos de hambre, con el pueblo afuera a punto de entrar y revolucionarlo todo. Perfecta alegoría sobre el poder, la corrupción y la violencia, que incluye un monólogo final acerca de la memoria y el museo, que debería ser de lectura obligatoria para cualquier interesado en el tema (“A los turistas no les gusta este lugar a causa de la humedad que sale de las paredes grasosas. Su última reina, la reina diosa inca Tac Toc, se hundió en el desierto en compañía de su hija Palalaou y de sus íntimos, intentando revender una vasija de oro negro que en esos tiempos llamaban ollio reggio pero, atrapados por la sed y con la vaca ya sin leche, bebieron de esa negra vasija y murieron envenenados bajo el sol abrasador en medio del desierto. Otra leyenda dice que se asesinaron mutuamente. ¿Pero en qué orden? No lo sabemos. Fue la última reina inca, la última princesa inca, y el último misionero jesuita. También fue la última vaca sagrada y el último conquistador, don Garay, muerto antes de la partida. Sólo sus sombras recorren a veces esta pirámide. Pero son sólo sombras. Yo fui bibliotecario antes de ser guardián de museo, y gracias a mi educación, tengo una sensibilidad especial que me ayuda a soportar mi desasosiego frente a la monotonía de mi existencia. Entre dos vueltas turísticas alrededor de la pirámide, imagino la vida de los que la habitaron antaño. Me siento así el propietario de un pasado que, de otro modo, no me diría gran cosa. Pero es hora de cerrar. Voy a acostarme”).
Pues Macron tomó de Copi lo más obvio y dejó afuera lo más profundo. Hay en Copi, detrás de su humor y su ironía, una densidad cultural, una hondura dramática y una mirada agudísima para detectar la injusticia, ausente en el mediocre simulacro del poder estatal francés. Pobre Francia, bien diríamos parafraseando a Baudelaire.