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Poesía encontrada

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¿Qué significa leer a tiempo, a destiempo? ¿Llegar antes, llegar tarde? No lo sé. Ni siquiera sé si existen textos datados, fechados (muy) en una época, que rápidamente envejecen. A primera vista diría que sí, que algo de eso pasa. Pero a la vez conocemos muchos casos en que esos mismos textos –años, décadas, siglos después– retoman una actualidad inesperada. Creo, sí, más modestamente, en la triste posibilidad de perdernos lecturas. Uno de mis mejores amigos insiste en no leer a Walter Benjamin (supongo que lo decidió –no leyó ni una línea de Benjamin– asqueado por el exceso de moda benjaminiana de los 90 que perdura hasta hoy; por el nivel de chantada y jetoneo de muchos de nuestros prominentes ensayistas “especialistas” en Benjamin, que no acceden a leer a Benjamin en alemán ni a Baudelaire en francés y que no pueden sino repetir lo que dicen los manuales sobre la Escuela de Frankfurt, intentando fallidamente que Benjamin explique la ESMA, que Benjamin explique el capitalismo dependiente argentino, que Benjamin sirva para leer a Borges, entre otras plegarias aun más dudosas). Pero mi amigo se equivoca. La falta de rigor intelectual de esos “benjamineanos” no es razón para saltearse a uno de los más agudos ensayistas literarios del siglo XX. Y aquí estoy yo, habiéndome perdido, hasta la semana pasada, la lectura del Contragolpe (y otros poemas horizontales), de Juan Carlos Flores. Conocí a Flores en La Habana (donde nació en 1962) hace menos de diez años, en una velada en el Palacio del Segundo Cabo, organizada por Reina María Rodríguez. Me hice invitar (porque así fue: quería ir a esa reunión) por la gentileza de Daniel Samoilovich, en la que él leyó algunos poemas y en la que, casi al final, tomó la palabra Flores de un modo deslumbrante, intenso, loco. La crónica de esa tarde consta en una columna en este mismo espacio, publicada por ese entonces. Esa tarde, Flores me dio unas fotocopias con algunos poemas suyos, luego rastreé otros por internet (como el dedicado a Virgilio Piñera, que se encuentra fácilmente) y rápidamente llegué a la conclusión de que es uno de los poetas más extraordinarios de la actualidad. Nunca más tuve contacto con él, y diría casi que me apena (pero tampoco hice nada para mantener una relación, nunca le escribí, nunca le mandé algo por algún viajante: me alcanza con la lectura de sus poemas).

La semana pasada, entonces, haciendo orden en mi biblioteca, me encontré con El contragolpe, libro que obviamente no había leído, y que no sólo eso: ni siquiera me acordaba cuándo y dónde lo compré. Primero pensé que había sido en la librería La Moderna Poesía, en La Habana (Antón Arrufat me sacó una foto hermosa en la puerta de la librería). Pero la fecha de publicación –2009– es posterior a mi visita a Cuba, no fue allí entonces (pese a estar editado en Letras Cubanas, precisamente en la colección que dirige Reina María Rodríguez). ¿Dónde, pues? La resolución del enigma estaba en la contratapa: tiene el sello de una librería de viejos de la calle Donceles, en México. Evidentemente lo compré en un viaje al DF, lo traje en la valija, lo dejé en la biblioteca, y lo olvidé. Grave error. Porque El contragolpe es un libro que hay que leer (a tiempo, a destiempo). Diremos algunas palabras más sobre el libro y sobre cierta tradición cubana la semana que viene.