Aunque en la literatura de las ciencias sociales no es frecuente encontrar referencias poéticas, hay dos versos que han sido citados por distintos autores para expresar –con mayor concisión y riqueza de significados que la prosa científica– dos conceptos liminares del pensamiento político: por un lado la gravitación dominante que a veces adquiere la comunidad por sobre sus miembros individuales; por otro lado la tensión nunca resuelta entre los impulsos de los individuos para vivir su vida y los mandatos de las colectividades a las que cada uno pertenece. El reclamo de la primacía de la comunidad, la puesta en valor del individuo son dos extremos opuestos de la realidad de todo orden político. El primer punto de vista lo resume Lope de Vega en Fuenteovejuna, exaltando el sentido de solidaridad absoluta de los miembros de aquella población española que se declararon todos culpables del crimen por el cual la autoridad buscaba a un responsable: “Haciendo averiguación/ del cometido delito,/ una hoja no se ha escrito/ que sea en comprobación/ porque conformes a una,/ con un valeroso pecho,/ en pidiendo quien lo ha hecho,/ responden: ‘Fuenteovejuna’”. El segundo punto de vista lo expresa Yeats en un poema memorable, titulado precisamente Politics, escrito para argumentar contra la visión hiperpolitizada del hombre prevaleciente en su tiempo: “Cómo puedo yo, con esa chica delante,/ Fijar mi atención/ En la política romana, o rusa/ O española./ Sin embargo, aquí hay un hombre culto que sabe/ De qué habla,/ Y allí hay un político/ Que ha leído y pensado./ Y tal vez sea cierto lo que dicen/ De la guerra y sus peligros./ ¡Pero si yo pudiera ser joven nuevamente/ Y tenerla a ella entre mis brazos!”.
La humanidad se ha debatido siempre entre la exaltación de los propósitos colectivos y los mandatos derivados de los sentimientos y los impulsos individuales. El mismo Yeats escribió alguna vez que el drama del mundo es que los hombres buenos suelen no tener convicciones muy firmes mientras los hombres malos arden de pasión; los primeros viven su vida y los segundos procuran moldear el mundo. Generalmente ganan los segundos.
La despolitización de nuestra sociedad sin duda va en esa línea. La gente común perdió el interés por la política y cayó en el escepticismo público en el que se encuentra porque lo público fue despojado de todo sentido para la vida de las personas. Podemos discutir hasta el cansancio si algunos son más responsables que otros; lo cierto es que así son las cosas. No solamente los ciudadanos comunes se alejaron de la política, también lo hicieron los dirigentes de la vida económica y social del país. Antes del conflicto con el agro, que movilizó a muchísimos productores agropecuarios y a mucha otra gente, cuando se preguntaba a los productores por qué carecían de representación política, por qué se habían alejado de los partidos que ellos mismos, o sus antepasados de la generación anterior, habían contribuido a crear y a alimentar, la respuesta casi invariable era: “Estoy muy ocupado en mis asuntos, no tengo tiempo para perder en la política”. Fuenteovejuna les golpearía la conciencia; Yeats los alentaría a seguir en lo suyo.
Esos dos faros alumbran dos mandatos morales que son tan válidos y aceptables tanto el uno como el otro. Algunas personas seguirán uno de esos mandatos, algunas el otro. Lo sorprendente hoy es que la inmensa mayoría sigue el segundo mandato, ve a la política como algo ajeno, perturbador, carente de interés y posiblemente maligno. Para que la gente encuentre una razón para asumir un compromiso con lo público –no necesariamente convertirlo en su razón de ser, pero al menos en una de las razones, suficiente para llevarla a involucrarse en alguna de las múltiples corrientes que alimentan las decisiones colectivas que se adoptan en la sociedad– necesitamos recrear en las organizaciones políticas la capacidad de despertar pasión, de tornarse una fuente de inspiración para la vida de muchos.
*Sociólogo.