En 2011, un asesor de campaña recomendó, primero a Macri y luego a Del Sel, abstenerse de mencionar programas o propuestas para concentrarse en la imagen y en mensajes genéricos, positivos. Cuando el Midachi quiso mostrar en televisión un libro blanco, esmeradamente compaginado por su asesor técnico para la campaña, el gurú lo instruyó: “ponelo sobre la mesa, mostralo, pero no lo abras”. El gurú solía encandilar políticos citando un estudio de la Universidad de Nueva York: a un grupo de estudiantes de Ciencias Políticas se les muestra una sucesión de pares de candidatos de elecciones legislativas (realizadas en otros Estados, para evitar la familiaridad previa) y se les pregunta, sin más datos, cuál les parece “más competente”. Según el estudio, en un 70% de los casos las elecciones de los estudiantes coincidieron con el resultado de las elecciones reales (mayor al 50% esperable si los estudiantes respondieran al voleo). El gurú concluía que una elección la decide la imagen. Para peor, decía, de esa imagen lo esencial son las “microexpresiones”, esas pequeñas señas gestuales o posturales que el candidato exhibe al expresarse frente a una cámara, y que generan simpatía o rechazo en el votante.
En términos técnicos: cara mata programa. Hace unas semanas, un politólogo comentaba que el 70% de los votantes no ve programas políticos ni lee columnas políticas ni discute política. Como el hombre de la calle de Jaime Roos, que “en medio del discurso, corre y cambia bruscamente el dial”. ¿Cómo se vende un político a este 70% de los votantes? Con grandes sonrisas fotográficas, eslóganes sin palabras esdrújulas, escándalos mediáticos y tinellismos varios. Media hora de entrevista con Fantino cotiza, según sea el paquete, entre cincuenta y cien mil pesos. Un minuto de publicidad en el cable cuesta veinte mil pesos. Está claro que Fantino es una ganga: en un futuro, todos los candidatos desfilarán por programas de variedades y todos los periodistas de variedades preguntarán cosas como “¿te ves con tus amigos de la infancia?”.
Menos periodismo político, más infomercial. De acuerdo al manual, el político junta votos según el ciclo electoral, cada dos, cuatro o seis años, y el partido y el Congreso se aseguran de que el político no apueste todo: el partido, el capital político y el país, cada dos, cuatro o seis años. Y de vez en cuando, milagrosamente, aparece un estadista, un humanista que apuesta al futuro y a su propia trascendencia en vida. Por estos pagos no tenemos muchos humanistas, la mayoría son consumistas voraces amantes de la velocidad y el riesgo del poder. Y tampoco tenemos mucho partido ni mucho Congreso, lo que nos hacen pendular peligrosamente entre modas antagónicas, desfiladas por el mismo elenco incombustible ante un público amnésico.
Este año se estila el new age. Aceptar lo bueno y rechazar lo malo, terminar con el antagonismo y abrirse al diálogo. El político new age nos cuenta que la veníamos rompiendo hasta que hace poco llegó Moreno, que basta con hablar en inglés para que lluevan dólares, que con alegría y buena voluntad vienen el desarrollo, la igualdad y la paz mundial, que a la inflación, la inseguridad y el desempleo se los combate con los programas de ese libro blanco que deja sin abrir sobre la mesa del programa de Fantino. Una vez convencidos de todo esto, cuando salgamos a la calle de la fiesta new age para celebrar la victoria del político new age, ¿alguien tendrá el coraje de decirnos la verdad? “Si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, confesaba un ex presidente hace unos años. ¿Es cierto eso? ¿Será que no podemos dormir sin la pastilla? ¿Preferimos que el candidato se enderece la corbata y nos cante al oído a que sea autocrítico y preciso?
El político new age no es un estafador ni un accidente ni la semilla del fin de la política, sino una creación colectiva, un emergente de sus votantes, la proyección de nuestros temores y deseos. El new age es lo que se vota en la antesala del pos-kirchnerismo, lo que votamos al borde de un ataque de nervios. El político new age sólo junta sus votos cuidándose de que no nos suba la presión.
*Economista y escritor.