COLUMNISTAS
poder

Política y economía en la era Kirchner

La renuncia de Martín Lousteau ratifica el axioma de que en la Argentina existe una relación causal entre sistema político y crecimiento económico. La tasa de inversión vincula, en el mediano y largo plazo, el desenvolvimiento económico y el proceso político. Hay una relación directa entre las crisis del sistema político y la extrema volatilidad del ciclo económico. La crisis política es la variable independiente de las crisis argentinas

|

La renuncia de Martín Lousteau ratifica el axioma de que en la Argentina existe una relación causal entre sistema político y crecimiento económico. La tasa de inversión vincula, en el mediano y largo plazo, el desenvolvimiento económico y el proceso político. Hay una relación directa entre las crisis del sistema político y la extrema volatilidad del ciclo económico. La crisis política es la variable independiente de las crisis argentinas
  Douglas C. North, Premio Nobel de Economía, señala que “las teorías de la economía que toman a la política como exógena y las teorías políticas que toman a la economía como exógena son incapaces de explicar el proceso del moderno desarrollo social”. La Argentina es un país con alto nivel de participación política, históricamente unido a un bajo nivel de institucionalización. Esto lleva a enfatizar dos cuestiones en la cultura política argentina. Primero, la sociedad tiende a la acción directa. Segundo, las condiciones de gobernabilidad se resuelven sólo dentro del proceso político, y no primordialmente en el marco de las instituciones. El ejercicio del poder se pierde a través de una crisis, y por ella, sin que las instituciones sirvan de resguardo. Mientras, el ciclo económico se caracteriza, asimismo, por su extrema volatilidad. 
   La consecuencia del colapso de diciembre de 2001 fue la desaparición del sistema de partidos políticos. El actual sistema de poder, construido por Néstor Kirchner, posee dos características. La primera  es su carácter hegemónico. Concentró en su figura la casi totalidad de los recursos y de las decisiones, sin mediación institucional alguna. Este poder hegemónico presenta una dificultad insalvable para ser transmitido o cedido, como quedó acreditado en estos primeros meses de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La segunda característica es que, luego de la crisis de 2001, el Estado argentino, débil en términos institucionales, sumó a esa fragilidad la pérdida del ejercicio de la “violencia legítima”. El Estado argentino es un poder estatal sin dimensión weberiana.
   El actual sistema concentra el poder en la figura de Kirchner, no de su esposa, pero en un marco en que su poder efectivo es frágil frente a los actores con capacidad de acción directa, como ocurre con el agro. Está  acosado, además, por la amenaza de la fugacidad. Porque el poder post 2001 surge del respaldo de la opinión pública y del control de las movilizaciones callejeras,  y se pierde con el debilitamiento de uno y otro.
   El apoyo de la clase media urbana le permitió a Kirchner la reconstrucción del poder estatal y abrió al Gobierno la posibilidad de controlar las movilizaciones callejeras y establecer su dominio sobre el peronismo territorial. Y en este sistema post 2001, donde el respaldo de las clases medias urbanas y la capacidad de control de las movilizaciones callejeras son los dos factores que sustentan el poder político, y a su vez lo amenazan, es necesario manejar ambas variables a fin de asegurar la gobernabilidad.
   La estrategia de confrontación implementada por Kirchner contra sucesivos adversarios, que eran la expresión de un sistema político rechazado por la opinión pública, logró durante los primeros tres años de su gestión el respaldo de las clases medias urbanas. Ese apoyo se resquebrajó en 2007, como quedó exhibido en las elecciones de octubre pasado. Cristina Kirchner asumió, en cambio, en un cuadro de divorcio con esa clase media. Para la opinión pública, no se está ante un nuevo gobierno, sino ante un segundo mandato de Kirchner.
 Esa clase media de las grandes ciudades ya estaba entonces enfrentada con el Gobierno. El conflicto agropecuario movilizó también en su contra a la clase media rural. Con los cacerolazos y los cortes de rutas, el control de las movilizaciones callejeras, el segundo requisito de la gobernabilidad en la Argentina, también corre peligro. Mientras, la capacidad de crecimiento de la Argentina en el largo plazo está estrangulada por la insuficiencia en la tasa de inversión, que constituye la causa estructural de la actual escalada inflacionaria. En este marco, la renuncia de Lousteau señala una aceleración de la crisis política y ratifica el axioma de que en la Argentina las crisis políticas adelantan las crisis económicas, y no a la inversa.

*Consultor político