El análisis de los resultados probables de la elección presidencial de 2011 requiere formular una cantidad de preguntas interrelacionadas y tomar en cuenta las respuestas a esas preguntas. El solo enunciado de las preguntas llenaría toda esta columna; las respuestas podrían llevar un libro entero, que presumimos nadie escribirá. La conclusión más simple es que el resultado de la elección presidencial de 2011 es hoy absolutamente incierto.
A continuación, algunas de las preguntas y ligeros esbozos de algunas respuestas.
¿Se votará simultáneamente para elegir autoridades provinciales y legisladores y para elegir presidente y vice? Aparentemente no. La diferencia es mayúscula, porque para muchos dirigentes la elección local es más relevante que la nacional; si ambas se acoplan o desacoplan cambia su estrategia. Para muchos dirigentes, en la elección local se juega su capital político relevante; el gobierno central es una herramienta para sus proyectos, no un fin en sí mismo, y en última instancia siempre resulta concebible negociar con quien esté sentado en el sillón de Rivadavia. Precisamente por eso, la estrategia de Kirchner complica la vida de los políticos locales, presionándolos a jugar sus cartas a la elección nacional a expensas de sus intereses territoriales.
Para muchos opositores también esto es relevante, porque hay fuerzas políticas nacionales pero también fuerzas locales para las cuales la conveniencia de acoplarse a candidaturas nacionales está lejos de ser obvia. Y quienes tienen proyectos nacionales –como la UCR– también necesitan consolidar su posición en sus distritos clave; la articulación entre el plano local y el nacional es muy crítica.
¿Se formarán unas pocas grandes alianzas o se presentará una amplia diversidad de candidaturas? Si se piensa que el kirchnerismo difícilmente bajará del 35 por ciento y bien podría estar en el 40 –posiblemente su techo en primera vuelta–, que haya una gran convergencia opositora o que no la haya cambia todo. Se oye con frecuencia el argumento de que las cosas se definirán en la segunda vuelta. Esa idea tiene dos problemas: uno, es un condicional, porque para que eso ocurra tiene que haber segunda vuelta; dos, para muchos votantes un motivo central de su voto es la probabilidad de lo que suceda en la segunda vuelta, descontada a la hora de decidir el voto en la primera vuelta. No es como la ruleta, donde cada bola es independiente de la anterior.
Un tema particular en este gran tema más general es si se definen coaliciones como parte de la oferta electoral inicial o se pospone el tema hasta después de definido el resultado. La UCR está hoy concentrada en su frente interno, y se entiende que así sea; de allí surgirá una fórmula presidencial, por interna abierta o por acuerdo. Ahora bien, muchos ciudadanos se preguntan: ¿podrá el radicalismo asegurar la gobernabilidad? Por buenas o por malas razones –a mi juicio, malas, incorrectas– muchos tienen la idea de que el radicalismo no está muy preparado para asegurar la gobernabilidad del país. Y piensan: sólo mediante un gobierno de coalición podría un presidente radical asegurar la gobernabilidad. A los radicales considerar este asunto hoy los distrae de su proceso interno; además, a muchos radicales la idea no les gusta demasiado (la coalición tal vez se asocia a la idea de “doblarse”, algo intolerable para un partido cuya tradición es que “no se rompe”). Pero para muchos votantes la coalición es la garantía de la gobernabilidad, y por lo tanto un motivo para votar o no votar a un candidato radical.
¿Cómo podría gobernar el país un gobierno que presumiblemente ganará por poca diferencia, no tendrá mayoría en el Congreso y deberá tomar decisiones dificilísimas en frentes como el fiscal, el cambiario, los precios de los servicios públicos, el crimen, la educación…? Es cierto que ese problema afecta tanto a un eventual ganador opositor como a Néstor o Cristina de Kirchner; pero muchísimos votantes no lo ven así, porque los Kirchner ya están en el gobierno, ya gobiernan y han demostrado que pueden hacerlo, y no será nada fácil conseguir que dejen de poder gobernar; en cambio, para uno nuevo, la tarea empezará de cero y tendrá que tratar de deshacer el entuerto que recibirá del gobierno saliente. Hay quienes piensan que estas son minucias al lado de la importancia de lograr un cambio histórico, el quiebre de un ciclo político. Lo cierto es que para muchísimos votantes la cosa no es tan dramática: entre el fantasma de la ingobernabilidad (léase, 1989, 2001 y 2002, o aun antes, 1962, 1966, 1976) y un gobierno que no encanta, que hasta fastidia, pero que gobierna, la opción bien puede ser exactamente la contraria. Y a estos se suman los que no están tan desencantados con este gobierno, que son unos cuantos.
Para muchos, en esta elección está en juego Kirchner sí vs. Kirchner no. Para muchos otros no es así; para no pocos de estos, el kirchnerismo es un producto conocido, atributos buenos y malos bien conocidos, precio conocido, relación precio-calidad bien conocida. La opción que se plantean es entre ese producto y opciones alternativas poco conocidas, atributos inciertos, diferenciación imaginada pero no testeada, precio incierto... Los opositores sufren un problema de marketing: de qué hablar para sintonizar con los votantes.
En gran medida, se trata de un desafío de competencia electoral en un mercado confundido y con poca información de la que es relevante y suficiente para tomar decisiones. Se requieren herramientas de análisis y de marketing electoral. Estas no van en contra de la política, pero no se agotan en el hacer político cada día. Mientras esas herramientas no se usan, la incertidumbre disminuye un poco… a favor de los Kirchner.
*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.