Desde los años de la presidencia de Néstor Kirchner hasta ahora, el Gobierno nacional ha sido muy hábil para capitalizar los buenos resultados de su gestión o las circunstancias favorables que la acompañaron, y se ha mostrado sorprendentemente inhábil para manejar situaciones problemáticas.
Durante el último año y medio, el Gobierno actúa encerrado en sí mismo e insiste en enfoques y medidas que están agravando los problemas. Las tendencias de numerosos indicadores son claramente negativas, la gente lo siente y lo registra. Las encuestas de opinión recogen preocupación y pesimismo. La coyuntura es una sucesión incesante de malas noticias: precios en alza, oferta de bienes en baja, reclamos salariales insatisfechos, sensación de enfriamiento de las oportunidades de empleo, mercado inmobiliario paralizado, mercado cambiario enrarecido con la consiguiente pérdida de valor del peso y de poder adquisitivo de los salarios, y todo eso coronado por un permanente clima confrontativo no sólo con la oposición, sino también con el “oficialismo atenuado” que representan dirigentes como Scioli o Massa, y con los medios de prensa no oficialistas. El Gobierno encara las respuestas a los problemas del momento definiendo campos de batalla que se expanden continuamente; el efecto es que los problemas no se resuelven –más bien se agravan– y la sociedad se ve forzada a vivir en un clima de “campo minado” sin descanso. La música discursiva que envuelve ese clima es un enfoque comunicacional anticuado, poco efectivo, que termina cansando más de lo que llega a interesar, y en el cual el Gobierno también persiste como si fuese incapaz de registrar sus pobres resultados.
Si ése es el clima de la coyuntura, las tendencias de largo plazo no son más tranquilizantes. Del crecimiento espectacular de casi todo el período 2003-2011 se ha pasado a un crecimiento escuálido, mientras la inversión declina, la vida social va perdiendo calidad en casi todos los aspectos y en el plano internacional dejamos de ser parte de los grupos de países que exhiben potenciales positivos para el mundo y nos enfrascamos en conflictos sin salida y en vínculos con jugadores conflictivos del mundo actual.
Buscando comprender la lógica que guía al Gobierno nacional, los observadores tratan de reconstruir su visión del mundo. Se diría que la visión de la naturaleza de los hechos sociales que guía al Gobierno es un “reduccionismo voluntarista”: todo lo que sucede ha sido decidido por alguien poderoso, de modo que para que suceda otra cosa, es preciso decidir otra cosa. Si los precios suben, es porque algunos deciden subirlos, y nadie ha decidido que bajen. La teoría social, la teoría política y la teoría económica, que durante siglos han tratado de entender la vida social en términos de la producción espontánea de los hechos que surgen de la interacción entre innumerables actores y de las relaciones de poder entre ellos, parecería que no aportan absolutamente nada a la visión que tiene el Gobierno de este mundo.
Los antecedentes en la aplicación de enfoques parecidos no son tomados en cuenta. El intervencionismo estatal aplicado puntualmente al día a día en múltiples frentes microeconómicos, la inflación como solución, las devaluaciones “correctivas”, el cierre acrítico de la economía, han fracasado reiteradamente una y otra vez en distintos contextos, lo mismo que el enfoque propagandístico de la comunicación de gobierno que los reviste. Lo que diferencia a los gobiernos que se han embarcado por esos caminos sin salida es el tiempo que demoran en reaccionar. Perón, en su momento, reaccionó en seis años; la Cuba castrista necesitó más de cuarenta años para empezar a salir, tibiamente, de esa encerrona; a la URSS no le bastaron siete décadas.
Una lección de esos fracasos de las políticas de gobierno, que se sostienen en premisas equivocadas acerca de cómo funciona el mundo, es que no siempre producen malestar en la sociedad y no siempre es ese malestar el principal factor de los fracasos. Lo constante es la declinación que generan en las sociedades a las cuales son aplicadas, porque cierran los poros a través de los cuales el dinamismo del mundo se transmite de unas sociedades a otras, de unas economías a otras. La Argentina viene declinando desde hace tiempo, muchos años, décadas por cierto, en muchos planos de la vida de la sociedad; estos enfoques de la política pública agravan la gradual pérdida de competitividad de nuestras industrias manufactureras, acentúan la degradación de la calidad del capital humano, contribuyen al anquilosamiento del capital social –cuando no a su destrucción–. No ofrecen soluciones sostenibles en el presente y auguran problemas más graves en el futuro. Esto es mucho más importante que discutir sobre cómo le irá al Gobierno en la próxima elección.
*Sociólogo.