Después de Frankfurt, algunos escritores argentinos siguieron dando vueltas por Europa. Pedro Mairal viajó a Madrid a presentar Salvatierra, y después de jornadas enteras de entrevistas confesaba sentirse incómodo de tanto repetirse, casi un impostor. Federico Falco, que está viviendo en la ciudad, se mostraba agradecido por la inclusión en la lista de la revista Granta, pero empezaba a saber que no todo eran mieles: la polémica por el método y el criterio de selección de las 22 jóvenes promesas de la literatura latinoamericana ya había arrancado, y se calentaba desde algunos blogs (mientras, con unánime sumisión, los medios masivos se hacían eco de la noticia como si se hubiera establecido un nuevo canon occidental). Todo sucedía minutos después de otra presentación, la de Literatura de izquierda, el ensayo de Damián Tabarovsky que acaba de editar el sello Periférica, y en la librería Tipos Infames de Madrid, que inauguraba esa misma noche.
Así que ahí estaban Julián Rodríguez y Paca Flores, responsables de Periférica, la pequeña y prestigiosa editorial de Cáceres, la misma que publicó hace poco una novela de Gordon Lish (el célebre editor de Raymond Carver), los textos reunidos de Rafael Barrett y Los pichiciegos, de Fogwill. Flores utiliza siempre el mismo latiguillo para salir del paso cuando uno le pide un poco más de lo que puede dar: un ejemplar de tal o cual libro, una mejor presentación de su sello en Internet. “Estamos en eso”, dice, cargada de simpatía e ironía, y eso significa que sí pero también que hay que cambiar de tema. Rodríguez y Flores descubrieron a los lectores españoles al mexicano Yuri Herrera, autor de la elogiada Trabajos del reino (2008) y la reciente Señales que precederán al fin del mundo (2010). Precisamente para conocer a Herrera fue que Fogwill realizó el último viaje de su vida, a un congreso literario en Montevideo donde no la pasó bien y del que regresó enfermo. Pero tal era el deslumbramiento que le había producido Trabajos del reino, el libro donde Herrera recrea la atmósfera palaciega de un capo del narcotráfico (ninguno en particular, sino su imagen mítica) a través de un cantor de narcocorridos, que decidió cruzar el Río de la Plata en ferry. Y, como se sabe, Fogwill era un gran lector, con lo cual no sorprende que la breve novela de Herrera genere una especie de cálida adicción, con un pie en el terreno de la narrativa pero con una cadencia propia del universo de la poesía: “Están muertos. Todos ellos están muertos. Los otros. Tosen y escupen y sudan su muerte podrida con engaño pagado de sí mismo, como si cagaran diamantes. Sonríen los dientes pelados cual cadáveres; cual cadáveres, calculan que nada malo les puede pasar”.
Flores cuenta, cuando llega el momento de las despedidas, que junto a Rodríguez comenzaron las gestiones para que los libros de Periférica se distribuyan en la Argentina. Una decisión atinada, ya que su catálogo comparte sintonía y sensibilidad con los de los sellos independientes locales. Pero cuando se le señala que ésa es noticia vieja, que circula en Buenos Aires hace rato, vuelve a mirar con suspicacia y agrega: “Es que estamos en ello”.
*Desde Barcelona.